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A la mañana golpearon violentamente la puerta. 

Era Roger. Cuando abrí la puerta ingresó rápidamente al departamento, quejándose, y observando con atención todo lo que había a su alrededor.

-¿Tiene usted cucarachas aquí?-preguntó, malhumorado.

-No-dije-, no he visto ninguna desde que llegué.

-Bien-dijo-. La vieja del tercero dice que tiene el departamento lleno de cucarachas, que estuvo toda la noche matándolas. Mire, no me mostró ni un cadáver. Dijo que las arrojó por el inodoro. 

Se rió a carcajadas. 

-No, la verdad que no he visto ninguna desde que llegué-insistí-. Bueno, no fue hace mucho que llegué. Ni siquiera he desempacado la maleta. 

-Sí, claro-dijo-. Cierto. Usted también vino de Inglaterra. Lo siento mucho, una ciudad tan bella.

-No entiendo-dije-. ¿Por qué dice eso?

-Londres, el Támesis-continuó-.¿No lo recuerda? Usted llegó en el contingente de evacuados. El gobierno nos ordenó que los alojemos. 

No supe qué decir, pero interrumpí de inmediato, como pude, mi propio silencio.

-Sí, sí, disculpe-dije-. Es que estoy un poco cansado.

-Bien-siguió diciendo-, hay un caño al costado del edificio. Puede ser que se metan por allí, y de allí pasan a cada uno de los pisos en los que el caño tiene una salida. Quiero decir, tiene una salida por cada piso. Bueno, no importa este detalle. Es raro que se metan sólo a uno de los pisos, y no a los otros. Aunque, claro, hay muchos bichos desorientados por aquí. A veces se comportan de una manera extraña. Y todo por esa maldita fábrica. 

-Puede revistar si quiere-dije.

Se puso de pie y se dirigió al comedor. Entró. Luego salió y se metió en el baño, donde estuvo encerrado durante unos 10 minutos. Pasó luego del baño a los dormitorios, ingresando lentamente a uno, luego con mucho apuro al otro. Murmuraba en su soledad, movía muebles, objetos. Finalmente emergió del último dormitorio y regresó al sector del departamento en el que yo estaba esperándolo.

-Ni una-dijo.

-Perfecto-dije.

-Sí, perfecto-añadió-. No hay ni una sola cucaracha. ¿Pero tiene usted una paloma, algún ave?

-¿Por qué lo dice?-pregunté.

-El segundo dormitorio está lleno de plumas-respondió-. Bueno, tal vez ingresó alguna paloma por la ventana. Suelen desorientarse. Ese lago, allá, debajo del puente, está contaminado por los desechos de la fábrica. A veces los animales beben ese agua, y se intoxican. Andan como zombies, alucinando, y se meten en las casas. También hay gatos por aquí. Tal vez ingresó alguna paloma y, bueno, algún gato se la comió y sólo dejó las plumas. Son enemigos naturales. 

-La verdad que no he visto nada extraño desde que llegué-dije.

-Excelente-dijo, desganadamente-. Mañana pasaré a revistar el ascensor. Hoy no, no tengo las herramientas. Esa mujer, por dios, también dice que escucha un chirrido cada vez que toma el ascensor.

Volvió a reírse a carcajadas. Luego hizo una pausa. Su boca, que el acto de sonreír mantenía doblada, adquirió una amarga postura horizontal con la misma rapidez brusca y puntual con la que una cinta elástica recupera su figura habitual cuando sus extremos son liberados. 

Se quedó pensando. Observó una vez más las paredes, el suelo del departamento, escudriñándolos.

-Bien, me voy-dijo finalmente-. No se olvide de avisarme si ve algo que le disguste. Para eso estoy. Y no se acerque demasiado a esa mujer. Está buscando problemas desde que llegó.

-No la conozco-dije.

-Mejor-agregó, y se retiró del departamento.

Bajó rápidamente las escaleras y desapareció.

Cerré la puerta. Fui hacia el segundo dormitorio y corroboré lo que Roger había dicho sobre su inspección en esa parte del departamento. Luego regresé a la sala principal y me acerqué a la ventana. A lo lejos, el lago seguía manteniendo ese aspecto metálico y brillante que yo pensaba que era el resultado de la influencia de las continuas luminarias nocturnas que se  desplazaban sobre el puente. Pero aún bajo el sol del mediodía sus aguas resplandecían con esa tétrica claridad. Algunos animales merodeaban por sus orillas. Supongo que eran perros, o caballos. No los distinguía con precisión porque el lago estaba muy lejos. 

Otra vez escuché pasos en la escalera principal, y la voz de una mujer, que se entrecruzaba con la voz de Roger. Discutían. Uno de los animales que bordeaba el largo empezó a moverse, de repente, a gran velocidad, como si hubiera enloquecido o algo lo hubiera asustado. Me preguntaba si acaso había bebido de aquel lago, o si su comportamiento se debía a otra causa. Y entonces escuché, como tantas veces, dos disparos, y las voces que se agredían callaron inmediatamente.

EnanensteinWhere stories live. Discover now