Me quedé en Londres. Así como el doctor Frankenstein había decidido pasar sus últimos días en aquel reducto subterráneo, donde acaso también escondió a su criatura, preferí ocultarme en el ajetreo de la ciudad, perderme en las multitudes. Me alojé durante unas semanas en un hotel, y luego de recorrer en varias ocasiones la ciudad, alquilé un pequeño departamento cercano a la avenida principal. El dueño del inmueble me enseñó el dormitorio, el comedor, y luego me condujo a un patio en el que había varios elementos de limpieza y una serie de plantas de diversas especies, cada una en su maceta. Me preguntó si yo prefería que se lleve las plantas. Le dije que no, que no me molestarían.
-Perfecto-dijo él-. Son una buena compañía, transmiten serenidad y purifican el aire. Sabe, las hallamos en una barranca, en las afueras de la ciudad. La casa en donde estaban se desmoronó como un castillo de naipes. Había muebles antiguos, instrumentos de medicina. Increíble. Nuestra Inglaterra se está hundiendo. La tierra es cada vez menos firme debajo de nuestros pies.
Y cuando terminó de decir esto, se despidió. Estipulamos un día para encontrarnos, de manera que yo pueda pagarle la renta mensual, y una vez que se fue me dediqué a ordenar algunas de las pertenencias que estaban esparcidas por el departamento. Guardé mi ropa en los cajones de los armarios, regué las plantas, pero, al día siguiente, cuando regresé a ese patio para buscar una remera que estaba secándose en el tendedero, advertí que en el suelo había algunas hojas y flores que se habían marchitado. Las plantas estaban encorvadas, y bastante resecas, y por más que las regué diariamente, y las protegí del sol, no pude evitar, en el decurso de los siguientes días, que sigan decayendo, muriendo lentamente, como si estuvieran muriendo de tristeza.
Supongo que los vegetales, al igual que ciertos animales, establecen algunos vínculos afectivos con sus propietarios originales y el ambiente en el que han crecido, y que, al separarse de ellos, caen en una especie de melancolía que termina resultando mortal.
Pero, más allá de este percance, mi vida en ese departamento transcurrió con normalidad, y el tiempo fue aplacando los tormentosos recuerdos que mi estadía en la residencia de aquel científico demente había dejado en mí.
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Enanenstein
Science FictionUn siniestro científico desatará el horror en una antigua residencia de Londres, a no ser que alguien pueda detenerlo.