Capítulo#20: Adaxa

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Dedicado a: NazaCruz6

Luego de lo que pareció una eternidad, un médico se acercó a las sillas plegables en las que nos encontrábamos Maya y yo, informándonos del estado de Aracne. Dijo que había perdido demasiada sangre y que necesitaba una transfusión, que no había razón para preocuparse. Pero por supuesto, aún una hora después de que el médico dijera aquello, yo estoy más preocupada que una adolescente cuando se hace un test de embarazo, luego de no usar protección. Mandé a todos a casa, pero Maya insistió en quedarse, a lo que no me negué.

Le pongo mala cara a la máquina de café cuando se demora más de lo debido en llenar mi vaso, así que me rindo y aprovecho para salir al patio delantero del hospital para llamar a Enzo.

-¿Ocurre algo? -contesta al primer pitido.

-¿Por qué debería de ocurrir algo? -distraída me desenredo un mechón de pelo.

-Es que nunca me llamas -dice en un susurro.

-Será porque vivimos en el mismo departamento y siempre estamos juntos todos -volteo los ojos.

-Cierto -me concede.

-¿Cómo están por ahí? -indago.

Fulmino con la mirada a un chico que pasa por mi lado y se me queda mirando más de lo estrictamente necesario.

-Supongo que bien...Oye antes de que se me olvide -añade rápidamente -Adara pasó por aquí y te dejó dicho que tenía par de cosas que hacer, que no te preocuparas por su ausencia y que sentía mucho lo que estaba pasando -concluye.

-Vale.

Tras unos muy incómodos segundos de silencio cuelgo la llamada y aprovecho que estoy fuera para encender un cigarrillo. Por si sirve de algo, solo fumo cuando tengo en mí sentimientos que no manejo.
Le doy una larga calada, inhalando el humo, sintiendo una extraña sensación en el pecho.

«Hace mucho que no me veía en la necesidad de fumar»

Lo libero, dejando que se funda con la fría madrugada que envuelve el lugar y entonces siento una presencia a mi espalda. Tiro el cigarrillo a la acera, mientras tomo disimuladamente el arma y giro sobre mi eje, apuntando justo entre las dos cejas de una muy estúpida persona.

-Muy bien, te lo voy a preguntar de manera sutil -guardo el arma -¡¿Eres gilipollas o te gusta que te lo recuerden, Paul?!.

El aludido levanta las manos en señal de rendición, con cara de horror extremo.

-Pensé que mi hora de partir había llegado, lo juro -disimulo una sonrisa.

-¡Ey!¿Eso ha sido una sonrisa? -pregunta señalándome con un dedo acusador.

-No -niego y sonríe.

-Si lo ha sido -entrecierra los ojos.

-Que no idiota, aparta -lo empujo por el hombro con una mano al pasar.

-Vale, no insisto -me mira -Pero si lo ha sido.

-¡¡PAUL!! -me frustro.

-Vale, vale.

-¿Qué haces aquí?.

-¿La verdad? -se encoje de hombros -tu querido italiano no me ha dejado quedarme a dormir en el departamento, así que dije: ¿Por qué no ir y hacerle un poco de compañía a "la señorita Anderson"? -pone voz de mujer en las últimas tres palabras -Y aquí me tienes lindura -sonríe abiertamente.

-Primero que nada no me digas lindura -elevo una ceja -segundo: tengo que felicitar a Enzo por no dejar que cierto ente maligno entrara en casa -lo dejo ahí plantado y camino hacia el interior del hospital.

-¡Ey!¿Acabas de llamarme demonio? -pregunta ofendido.

-No, que va -digo dramáticamente -Seguramente haya sido tu imaginación -sonrío secamente.

-¿Eso es un sí o un no? -suspiro.

-Que si, pesado -continuo caminando como si nada.

El brusco tirón que da a mí codo me pone el corazón a millón por segundo y el contacto, ocasiona que mis vellos estén de punta. Nuestros rostros a centímetros de distancia. Cara a cara. Casi puedo sentir su aliento fresco y mentolado contra mis labios. Lleva un dedo hasta mi labio inferior, liberándolo del agarre de mis dientes.

«¿Qué diablos?»

-Así que un demonio ¿eh? -cuando habla sus labios rozan los míos levemente.

Se inclina hacia mi oreja para susurrar:

-¿Sabes? Hay ángeles que te llevan al cielo, sin embargo hay demonios que lo traen a tus pies.

Reprimo un jadeo cuando lame el lóbulo de mi oreja, siguiendo con su camino por mi cuello, dejando un rastro frío a su paso, el cual es eclipsado por la temperatura del momento. Me permito cerrar los ojos unos segundos antes de que pare en mi cuello para subir a la mandíbula. Sus manos me sostienen firmemente de la cintura, pegando nuestros cuerpos de manera que ningún centímetro queda sin contacto. La marcada erección bajo la tela de su pantalón contra mi estómago me empapa la entrepierna.
De pronto se separa para mirarme.

-Tu teléfono -su voz ronca debido a la excitación me pone a respirar hondo.

-¿Qué? -pregunto atontada.

-Tu teléfono está sonando -medio sonríe.

-Ah, eso -carraspeo, separándome de su cuerpo a lo que el mío se resiente.

Miro la pantalla del móvil con un letrero de desconocido en ella. Frunzo el ceño, mientras descuelgo, llevándomelo a la oreja.
Casi me atraganto cuando Paul se acomoda la erección descaradamente delante de mí mirándome a los ojos.

Carraspeo nuevamente cuando hablo:

-¿Hola? -pregunto.

-Señorita Anderson, le hablo desde la recepción del hospital para informarle que la paciente Aracne Mitchell acaba de pasar por aquí -me tomo un momento para fruncir el ceño -Lo raro es que entraba, y lo hizo desde la entrada trasera.

¿Aracne? ¿La cual acaba de ser transfundida?. No, Aracne no es.
Miro a Paul, quien espera pacientemente a que termine de hablar.

-¿Señorita Anderson? -pregunta la enfermera y cuelgo la llamada.

Me giro a una velocidad impropia de mí y -literalmente -corro hacia el interior del hospital.
Noto que Paul trata de seguirme el ritmo, cuando llegamos al jodido ascensor, el cual tiene un enorme y angustiante cartel de "EN REPARACIÓN". Maldigo dando un golpe a las puertas de metal, justo antes de tomar las escaleras con el corazón bombeando sangre a toda velocidad. ¡Joder!.
Parece que todo está pasando en cámara lenta y me pregunto ¿Por qué diablos no puedo correr más rápido?. Segunda planta. Dos escaleras más. Tercera planta. Dos escaleras más. Cuarta planta y en este último tramo de escaleras, las subo de tres escalones en tres. Llego a mi destino y la puerta de la habitación está cerrada con llave desde adentro. Trato frenéticamente de abrirla y el disparo que retumba dentro me hace patear con todas mis fuerzas la puerta. La escena del interior de la habitación no me hubiese parecido nada en otras circunstancias, pero por la persona de pie, que empuña un arma con el rostro ensangrentado, me parece la mayor aberración de la naturaleza. La furia toma el control de mi cabeza, adentrándose en mi torrente sanguíneo, moviéndome inconscientemente hacia la cama de sábanas blancas, ahora ensangrentadas.

-¡¿Qué diablos hiciste hija de puta?! -pregunto en un grito sin molestarme en moverme del lado de Aracne.

-Tener mi venganza al fin -responde cínicamente la chica de ojos idénticos a los de de Aracne.

Rebelde sin causaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora