capitulo 2

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capitulo 2

Isla griega de Tinos

Caminando moderadamente como acostumbraba, y con aquel aire espontaneo que lo caracterizaba, Kizashi Haruno era escoltado por dos amigos muy queridos para él que lo acompañarían en su viaje a Venecia desde donde traería el dinero por la mercancía que arduamente producían en la humilde isla griega. Abriendo los brazos al contemplar a su querida hija menor, Matsuri, Kizashi la envolvió y elevo en un abrazo.

-Adiós, querida—le besó sonoramente la frente, haciéndola reír, -te extrañare mucho.

La deposito cuidadosamente con el suelo antes de, con recato, besar los labios de su esposa Mebuki quien, pese a actuar habitualmente como una mujer gruñona, dura, seria e inflexible, era un alma buena en un mundo donde pocas mujeres no eran participes de intrigas o nada ambiciosas. Había tenido suerte al casarse con ella, y no por nada tenían dos hermosas hijas.

-Adiós, amor—ella solo le respondió con una sonrisa por miedo a que su voz sonara quebrada.

Al separarse de Mebuki estuvo a nada de preguntar dónde se encontraba su bellísima hija mayor, más con solo una mirada Mebuki le transmitió el pensamiento de que tendría que encontrarla siguiendo sus oídos a los que rápidamente llego una melodiosa voz que cantaba como una sirena. Con una sonrisa de alegría en el rostro, Kizashi coloco su sombrero sobre el largo cabello de su hija antes de partir al encuentro de su hija que, más allá del área de trabajo de todos aquellos que eran empleados y amigos suyos, se encontraba cantando amenamente.

Mantener la libertad y ser libre realmente eran dos cosas distintas, y Sakura lo sabía mientras le cantaba al pequeño cordero que tenía entre sus brazos. Su padre partiría nuevamente en otro viaje de Kami sabia cuanto tiempo, y para la ocasión había elegido su inocente vestido blanco, un vestido que a su padre le encantaba, con el cabello cayendo por sus hombros y una corona de flores blancas en el cabello.

-Sakura.

En cuanto lo sintió llamándola, lo ignoro por completo, cantando y acariciando su pequeño cordero. No fue hasta que su padre se sentó a su lado que decidió despedir al pequeño cuadrúpedo, cruzándose de brazos sin detener su suave y melodioso canto, pero el nuevo llamado de su padre la hizo detenerse y observarlo con pereza.

-Es poco tiempo—intentó justificarse su padre que siempre encontraba ocasión, en sus viajes, de traerle un presente. –Estaré lejos por solo un par de semanas.

Esa no era la cuestión y sin embargo el padre de Sakura lo sabía.

-¿Por qué no puedo ir contigo?—preguntó ella impaciente.

De niña había aprendido como conducir un barco y dormir en duros catres, acompañar a su padre no le resultaría ninguna odisea, y además se evitaría los regaños de su madre que prefería controlar a Matsuri.

-Porque te necesito aquí—justifico Kizashi haciéndola fruncir el ceño. –Tu madre y tu hermana están a tu cuidado. Ese es nuestro trato—le recordó besándole la frente.

Tratarla como si fuera un adulto no le gustaba. No quería crecer, no quería despedirse de la vida que ya tenía, pero para su desgracia sabía que eso tendría que suceder algún día.

-Alguna vez te conté la historia de este olivo—divago su padre haciéndola sonreír.

Su padre era el mejor a la hora de contar historias, siempre cambiaba algo de alguna para hacer nueva e interesante, más ese no era el caso de aquel Olivo cuya historia Sakura conocía de memoria.

-Si, como un millón de veces—se rio ella abrazando a su padre que rio a la par de ella.

En cuanto él le beso la frente, Sakura se sintió más tranquila, sabía que las separaciones eran difíciles, siempre lo eran, pero esta vez sentía un mal presentimiento en el pecho, algo que no la dejaba tranquila.

el siglo magnifico el sultan sasuke y la sultana sakuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora