capitulo 35

20 1 0
                                    

Capitulo 35

Mikoto se apretaba las manos nerviosamente.

A su lado se encontraban Shina y Sarada con la pequeña Izumi de dos años que parecía estar sumamente triste ante la preocupación que reinaba en los semblantes de sus hermanas. Sarada murmuraba sutilmente una súplica desesperada, rogando porque su madre llegara de un momento a otro trayendo a sus hermanos completamente a salvo, pero ella misma dudaba de ello.

Las puertas se abrieron de manera repentina haciendo que ella y sus hermanas se levantaran, sonriendo en cuanto vieron entrar a Daisuke, Rai, Kagami y Shisui, cada una abrazando a uno de sus hermanos entre lágrimas. Mikoto beso efusivamente las mejillas de su pequeño hermano guerrero quien se atrevió a sonreír ante el gesto tan infantil de su hermana mayor. Choji observo plenamente feliz a los Príncipes y Sultanas.

-¿Todos están bien?—pidió saber Mikoto.

La Sultana pelirosa rompió el abrazo y observo con completa preocupación a sus hermanos, tomándolos del mentón y observándolos de arriba abajo, temiendo verlos heridos o sangrantes, pero en efecto no tenían golpe o moretón alguno, mucho menos heridas. El pequeño Shisui rio escasamente ante su minucioso examen que parecía estarle provocando autenticas cosquillas.

-Fue obra de su majestad—anuncio Choji con una inusual felicidad plasmada en su rostro, cosa que desconcertó a las Sultanas presentes.

Mikoto levanto su confusa mirada hacia el Akimichi quien había escoltado a los príncipes durante todo el camino. Debía de tratarse de Baru, nadie más tenía el poder para evitar algo así. Pero si aquello era cierto, ¿dónde estaba Baru? Mikoto se abstuvo completamente de proferir temor alguno de sus labios, sintiendo su sangre helarse en el interior de su cuerpo ante la sola idea de creer que su hermano mayor estuviera en peligro.

-¿Mi hermano Baru?—menciono Mikoto deseando saber dónde estaba su hermano.

Choji negó ante la pregunta de la Sultana.

-Nuestro padre volvió—confeso Kagami, siendo abrazado por Shina.

Las Sultanas observaron completamente anonadadas a sus hermanos, esperando una objeción, pero no recibieron otra cosa más que sonrisas y gesto de afirmación absoluta. Mikoto abrazo a Daisuke a ella, acallando las lágrimas de felicidad que deseaba liberar con toda la disposición y libertad del mundo.

Su padre estaba vivo.

Tsunade cerró la puerta de sus aposentos tras de sí.

Las lagrimas bañaban su rostro y no solo por haber presenciado y sido testigo absoluto de la muerte del pequeño Príncipe Daiki de apenas unos días de nacido. Había consolado a Mirai hasta que esta se hubiera quedado dormida pese al ajetreo reinante en los pasillos donde se mantenían lagos de sangre nacientes de los cuerpos que se encontraban repartidos en cada punto del palacio. Pero no había abandonado su lugar junto a Mirai por simple deseo de estar sola, sino porque una de sus doncellas había llegado con una devastadora noticia para ella.

Cuidadosamente, Tsunade aparto la cola de su vestido y se sentó sobre la cama, acariciando con sumo cuidado el rostro de su esposo que no volvería a abrir sus ojos, que había muerto a manos de sus propios pupilos, asesinados por los mismos jenízaros que él había formado. Tsunade cerró los ojos, pero ni aun así las lágrimas consiguieron ser contenidas por sus ojos, cayendo sutilmente sobre el rostro de su esposo.

Era viuda nuevamente.

El ascenso y caída de un nuevo Sultan no era algo que preocupara o alterara al pueblo.

Tal suceso no era sino algo puramente político, el pueblo solo protestaba cuando un Sultan era cruel o no se preocupaba por su pueblo como era debido. Por ello el repentino derrocamiento del Sultan Baru había pasado sin más dilación entre la gente que ahora se amotinaba para ver al Sultan que, en un carruaje abierto, recorría las calles en compañía de su madre, la Sultana Mei, su hermana, la Sultana Rin y el esposo de esta, su nuevo Gran Visir, Obito Pasha.

el siglo magnifico el sultan sasuke y la sultana sakuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora