¿Ros'ais?

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Capítulo 3

La primavera era quien reinaba como estación en estos tiempos, el fresco y llovioso clima y el sol a la deriva lo contemplaba por la ventanilla. Ya estaba un poco cansada, y lo peor de todo es que no teníamos donde llegar a hospedarnos, mis padres preguntaron en distintas posadas, y en ninguno fue posible conseguir habitación, o que estuviera abierta, pues según los pueblerinos, se acercaba una fecha importante de cierto festival anual, y de manera general cada año también tenían un día en el que librar y acomodar el pueblo, pues vendría mucha gente.

Mis padres también estaban muy agotados, mamá y David se habían quedado rendidos en su puesto y a Hugo a cada 5 minutos se le salía un bostezo, yo era la más activa de todos y sin embargo, estaba con ansias de tocar una cama y tomar una ducha.

—No sé qué hacer... o a donde ir —escuche decir a Hugo—. Estoy muy agotado, hemos recorrido este pueblo como 5 veces y sin lograr hallar nada —golpea levemente su cabeza en el volante y yo me compadezco.

—Tranquilo, padre. Ya hallaremos un lu... ¡Cuidado! —un gato se atravesó en nuestro camino y Hugo giro el auto rápidamente hacia la derecha adentrándose al jardín una pequeña casa frente a nosotros.

Oh no...

Del susto caí en las piernas de David, quien se despertó de inmediato.

—¿Y a ti que te paso...? ¡Qué demonios! ¿Por qué estamos estacionados de esta manera? —Cuestiona David—. ¿Quién es esa mujer que viene corriendo aquí?

—¿Mujer? —pregunto, acomodándome en mi puesto y mirando a la ventana, y efectivamente, ahí venia una mujer con unos 30 y tantos de edad caminando hasta nosotros. Pensé al instante que nos vendría a reclamar o algo, o nos haría pagar por los pocos daños causados al jardín. Sin embargo, su rostro en vez de enojo reflejaba preocupación.

—¿Que les paso? —nos pregunta—. ¿Se encuentran bien? ¿Necesitan algo? —en vez de reclamarnos, cuestiono nuestro estado físico, y eso hizo que me sacara una sonrisa, de que aún existen personas buenas.

—No, descuide, estamos bien, pero creo que su jardín es el que no se encuentra en muy buen estado que se diga —responde mi padre.

—Descuide, no pasa nada, solo fuero unas cuantas flores, lo demás es césped.

—Gracias, y si nos disculpa debemos retirarnos.

—Vale, ¿son nuevos por acá? —Hugo asiente—. Lo supuse, ¿ya consiguieron donde quedarse? —niego con la cabeza y ella fija su mirada en mí—. Me lo imagine, todo está cerrado por hoy por la decoración del pronto festival anual donde celebramos la construcción de este pueblo, sin embargo, conozco a alguien que estaría encantada de recibirlos, es una posada no muy lejos de aquí, la pueden identificar con un restaurant que está a su lado, ellos abren todos los días, hasta en los feriados —una esperanza se formó en mí, Hugo escucho atentamente cada indicación y la seguimos, aquella chica se despidió con cariño de nosotros, y nos fuimos.

Mi madre, a pesar de todo el ruido seguía durmiendo en su puesto.

Hugo manejo unas cuantas cuadras hasta llegar a una enorme mansión espectacular a la vista, su color era un blanco perla, sus rejas negras y sobre ella una cerca eléctrica. Mi padre se bajó y hablo con un vigilante y recepcionista que desde aquí pude notar que si estaban elaborando. El regreso al auto y con una mirada de alivio nos dijo:

—Aquí nos quedaremos —felices de la vida entramos a la enorme casa, la cual era preciosa por dentro, con fuentes de agua y una inmensa piscina, donde desee darme un buen chapuzón, una recepcionista nos recibió e indico el número de cada una de nuestras nuevas habitaciones.

Encuentrame entre las rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora