Vingt-Trois

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Salí del baño para regresar a la mesa y un suspiro enamorado escapó de mis labios al verlo.

Habíamos elegido un pequeño restaurante en Lisboa para almorzar, un rincón acogedor que se había convertido en la última parada de nuestras vcaciones. Sin embargo, el regreso a la realidad nos perseguía de cerca ya que en poco más de una semana teníamos que volver al trabajo debido a que la segunda parte del calendario iba a dar comienzo.

Saqué mi celular del bolsillo y lo dirigí sigilosamente hacia su dirección deseando capturar ese instante.

Estaba de perfil, con sus anteojos negros, concentrado en su plato. Su camisa en tonos naranjas y dorados resaltaban por sobre la sencilla bermuda blanca que había elegido para la ocasión.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras revisaba la imagen que acababa de tomar.

Michael Italiano era un dios griego.

- Como estoy robando... - comenté mordiéndome el labio.

Alzó su mirada hacia mí, sus ojos encontrando los míos con complicidad.

- ¿Dijiste algo, Bonita?

- Solamente que tengo al esposo más hermoso del mundo - le guiñé un ojo haciendo que se ruborizara.

Una risa suave que escapó de sus labios llenó el espacio entre nosotros y su mirada se volvió más tierna, un reflejo del amor que compartíamos. Extendió su mano a través de la mesa, invitándome a unirme a él. No perdí ni un segundo en aceptar la invitación silenciosa, lo que él aprovecho para dar un pequeño tirón haciendo que termine sentada sobre sus muslos rodeada por sus brazos protectores que me abrazaban con cariño.

Era en éstos momentos en los que el tiempo parecía detenerse y todo lo que importaba estaba contenido en ésta unión única.

El calor de su cuerpo se mezclaba con el mío, creando una sensación de conexión y proximidad. Mi cabeza encontró su hombro de manera instintiva y su mano libre buscó su camino hasta mi espalda, acariciándola con una ternura que hacía que mi piel se erizara.

Aprovechando que nuestra mesa estaba alejada de las demas, mis labios rozaron su cuello en un tierno beso de manera suave y sutil. En respuesta a éste gesto íntimo, un leve gruñido escapó de sus labios.

Dejó un leve apretón en mi espalda baja y me removí en sus piernas, rozando la zona de su ingle.

- Amor... - advirtió en un susurro ronco y sonreí.

Mis labios se curvaron con picardía mientras mis ojos encontraban los suyos en una mirada cómplice. La tensión que se había acumulado entre nosotros era palpable, una electricidad que solo necesitaba un pequeño impulso para liberarse.

- A veces creo que provocarte es mi deporte favorito - confesé con una risa juguetona y mis ojos brillando con emoción.

- Tramposa. Sabes el efecto que tenes sobre mí - murmuró en mi oído, tironeándome suavemente el lóbulo.

En respuesta a ello, mis manos encontraron la camisa sobre su pecho y con un gesto juguetón la apreté, arrugando la tela bajo mis dedos.

Un leve quejido quebró el momento, llevándonos de regreso a la realidad.

Nuestro pequeño de casi 10 meses había despertado de su siesta en el cochecito y su voz inconfundible llenó el aire con un sonido que era a la vez adorable y reconfortante. El ruido del mundo exterior entró en escena, un recordatorio de que nuestra pequeña burbuja de intimidad se había roto.

- Creo que alguien nos está recordando que también somos padres - bromeé con una sonrisa tierna mientras me levantaba con cuidado de su regazo.

Me acerqué al cochecito donde nuestro hijo me esperaba con sus ojos curiosos explorando el mundo a su alrededor.

No me sueltes - Capítulos perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora