Capítulo 39: Final.

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No podía percibir nada. El mundo a su alrededor se había disuelto en trivialidades sin importancia y, por muy fuerte que Alhacén lo estrujara contra su pecho, la única sensación que lo embargaba era la de una extrema preocupación arraigada en lo más hondo. Estaba solo con su miedo: la clase más dura de ansiedad. Debía afrontar la incertidumbre lacerante del asesinato.

— La muerte aplasta el espíritu.— Dijo de pronto. El eco de su propia voz susurrando era apenas perceptible. Se dio la vuelta en su sitio, mirando fijamente a Alhacén, y le dio un beso parcialmente casto.— Es lo que dicen...— Deslizó sus dedos sobre el rostro de su novio, dando forma a sus contornos con los dedos y delineando las facciones. Bajó por su cuello, acariciando el relieve varonil en él. Hizo una pausa minúscula mientras respiraba con calma.— Pero no es lo que siento.

— ¿Qué es lo que sientes?— Se precipitó a preguntar. Kaveh no supo qué decir de inmediato, pero tras escudriñar la habitación súbitamente se encogió de hombros.

— No siento nada.— Empujó el interior de su mejilla con la lengua, solo para después dar una larga exhalación.— Tenía miedo al principio, incluso algo de ira. Me odié a mí mismo y luego lo odié a él por obligarme a hacerle eso.— Continuó el recorrido trazado por sus manos, situándolas en el pecho de Alhacén y conteniendo el impulso de bajar aún más.— No es prudente guardarle rencor a los muertos, es solo que... Él estaba ahí, detrás mío, acorralándome con su cuerpo contra el filo de mi propia agonía. Yo no quería ese final, ni tampoco quería mi final, ¿puedes entender lo que eso significa?— Siguió mirándolo, buscando en la profundidad de sus orbes esmeralda una pizca de comprensión. La halló.— Y el arma estaba ahí para mí, a la altura de mi mano: cargada y sin seguro, llena de balas. Tuve un poco de suerte, porque yo nunca había manejado una de esas. Tampoco podía ver a mi objetivo, así que simplemente disparé detrás de mi cabeza, esperando atinar a su estatura.— Alhacén notó que le temblaba el labio inferior mientras relataba todo y lo interrumpió con un beso en la frente que pareció reconfortarlo y borrar la angustia que se había trazado en su rostro. Le permitió respirar, recobrar la compostura y restaurarse a sí mismo.— Así que sí, lo hice... De verdad lo hice.

— Lo hiciste muy bien.— Buscó algo más para decir, pero la verdad es que no había mucho que agregar después de una anécdota de tal calibre. Quería filtrarse en su mente y aliviar sus pesares, pero reconocía que eso iba más allá del alcance de cualquiera, de modo que solo podría brindarle su apoyo incondicional hasta que la tormenta se convirtiera en una pequeña llovizna. Algo como eso nunca desaparecía de la mente.

— ¿El peligro terminó? ¿No habrán personas buscando venganza o algo así?— Esbozó una sonrisita tímida y discreta: ilusa, permitiéndose bromear un poco, aunque su duda era real. Temía que, en cualquier momento, alguien lo arrebatara de su zona de confort y lo llevara por un camino peligroso de nuevos desniveles emocionales y decisiones difíciles, hasta el punto de empujarlo al límite una vez más. No quería algo como eso.

— Por supuesto que terminó. Nadie más te lastimará, ni siquiera intentarán hacerlo.— Acarició su cabello dorado, deslizando sus dedos desde el nacimiento hasta las puntas y luego moviéndose hacia su rostro, apretando la esponjosa mejilla cariñosamente.— No lo voy a permitir. Esta vez prometo cuidar bien de ti.— Saboreó el dulzor de su boca por unos segundos. Fue un pequeño contacto, con solo una leve sensación de humedad entre los labios.— Y, por supuesto, tampoco te dejaré volver a hacer una locura. Ya no más problemas para ti, Kaveh. Has pasado por demasiadas cosas y me siento verdaderamente mal por no haber aportado nada bueno a tu vida, a pesar de ser lo único que mereces.

— No eres responsable de las circunstancias que nos han llevado hasta aquí.— Retomó el beso, esta vez con determinación, sin ninguna atadura. Cubrió con una de sus manos la de Alhacén sobre su rostro y, tras entrelazar sus dedos, la bajó a su cintura. Ella viajó por su cuenta a la piel suave expuesta sobre la cadera, donde la ropa se ceñía a las curvas de su cuerpo con pliegues delicados.— Yo tomé parte en las decisiones, y escogí quedarme aquí, a tu lado, enfrentando los demonios de ambos.— Dijo. Intentó imprimir seguridad en sus palabras. Lo logró.— Volvería a hacerlo cuantas veces haga falta, porque es justo donde quiero estar.

Compañero Difícil | Kaveh & AlhacénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora