XI

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Los susurros eran insistentes; los gritos iracundos no paraban de sonar como una orquesta mal organizada, tratando de hacerlo perder los estribos. Las quejas y súplicas de ayuda hacían que su cabeza comenzara a doler.

—Ya basta.

Sus enormes manos temblaban mientras su cabeza ardía con fuerza. El mareo hacía que sus largas piernas se cruzaran la una con la otra, dificultando su ya endeble equilibrio.

—Ya... ya basta.

El miasma alrededor de su cuerpo se disparó como una vorágine desenfrenada, mientras un gruñido gutural hacía que su postura encorvada cambiara drásticamente a una iracunda.

—¡Suficiente!

Finalmente abrió los ojos; las voces se detuvieron y los susurros cesaron. Su postura imponente regresó, y la debilidad abandonó su presencia, dejando el poder y la agresión como fervientes dueños de sus sentidos. Pero algo andaba mal. Su escritorio ya no estaba; la carpa que estaba acostumbrado a frecuentar había desaparecido. La luz de la lámpara de gas se había extinguido y, a su alrededor, una infinita y densa oscuridad lo envolvía, dejándolo en una soledad sofocante pero extremadamente apacible.

En medio de toda esa oscuridad, una luz blanca se veía a lo lejos. Aunque no tenía mucho que decir, era un objetivo que ahora tenía que seguir. No tardó en usar sus largas piernas para correr a toda velocidad, reduciendo cada vez más la distancia entre él y la luz. Finalmente llegó. En el lugar había una especie de trono. Aunque podía ver el lugar con mayor detenimiento, la aparición de este mueble significaba que había alguien más aquí, por lo que no tardó en ponerse alerta, buscando con la mirada cualquier posible enemigo. No hubo suerte.

El trono no era ostentoso, como se esperaría de la nobleza; carecía de oro o cualquier otro metal brillante que diera honor al estatus de la persona sentada sobre él. Por otro lado, el respaldo era demasiado alto como para que cualquier espalda pudiera llenarlo en su totalidad, y su estructura, hecha de simple madera, estaba ornamentada con tallados representativos de imágenes de un pasado que muchos no se molestan en recordar.

—Toma asiento, por favor. No quiero parecer descortés.

Instintivamente llevó su mano hacia su espada, pero al no sentir el mango de su arma detrás de su espalda, se limitó a gruñir en frustración, manteniendo su cuerpo en una posición idónea para el combate.

—Toma asiento.

La voz insistió. Finalmente regresó su vista al trono. El asiento, antes vacío, ahora estaba ocupado por una figura pequeña pero majestuosa. No parecía tener un rostro, pero sobre su cabeza se alzaban brillantes cuernos blancos, formando una majestuosa corona de porcelana.

—Tengo mucho que decir, y tú mucho que escuchar. Siéntate.

Pocos metros delante del trono, un asiento se formó para él. Era grande, adecuado a su actual tamaño, y aunque iba a negar la "cortesía" de esta criatura, sabía que debía actuar con inteligencia. Este no era su terreno, estaba solo y sin información.

—El cuerpo que te hice sí que es magnífico. Puedes llamarme Wyrm, ese es mi nombre. Todos los demás me conocen como [Rey Pálido]. Tienes de dónde escoger.

No obtuvo respuesta, pero tampoco esperaba una. Por lo tanto, se acomodó sobre su trono mientras veía con aburrimiento al gigante y finalmente comenzó a relatar.

—¿Que quieres?

Pregunta válida, Pero el solo tarareo distraídamente sin tomar en cuenta la valides en su interrogante. Se mantuvo en silencio, mirando al desconocido de manera insistente tratando de encontrar una respuesta. Al final, parece que la obtuvo, pues el ente suspiro y Asintió para si mismo en afirmación.

Naruto: Reencarne Con Un... ¿Slime?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora