Fue un largo tiempo desde la última vez me permití observar para tratar de grabarlo en mi mente, mucho tiempo que las cosquillas no picaban en mis manos ante la necesidad de tocarlo, ante una salvaje necesidad de dibujarlo.
Cuando adolescente, observaba por horas cada minúsculo detalle, lo grababa en mi mente, como si fuera una fotografía en mi memoria que me permitía trazarlo en papel con el delgado grafito de mis lápices más baratos. Aquellas ilustraciones decoraban las tétricas paredes de mi habitación, con el fin de dar más vida a ese oscuro lugar.
Ahora mismo, las entrañas se enredaban en mi interior y las manos me picaban, mis ojos no se alejaban y me encontraba tan inmerso observando cada pequeño rincón. Sentía que al parpadear iba a desvanecer, huiría de mi vista, como si al no prestarle atención fuera a marchitarse y perder aquella belleza.
Ver su rostro completo me descolocó, me dejó mal, estaba atónito.
De alguna forma me era difícil concentrarme en una zona específica de su delicado rostro aunque mi vista cayó primero en aquellos delgados cerezos. Brillantes, rosados y muy apetecibles de invadir hasta lo más profundo, saboreando todo en su interior. Quizá deslizar mi índice desde aquel lunar situado bajo su labio inferior, rodeando la comisura de los mismos y finalizar en el mismo punto de partida, o bien, alzar la yema hacia su nariz semi-bulbosa donde justo había otro par de lunares, uno en la fosa nasal derecha y el otro un más arriba, pero del lado contrario, en el puente, escondido por el cubrebocas en su momento. Sin duda poseía unas facciones tiernas e ingenuamente inocentes que no hacían más que calentarme conforme diferentes escenarios resaltaban en mi cabeza, en especial aquellos donde sus labios yacían hinchados y rojizos por el esfuerzo de contener mi pene entre ellos. Esas ideas causaron reacciones físicas en mi, no hacía falta decir que de su rostro salía un gesto sorprendido acompañado de un sutil jadeo.
─ ¿No te gusto? ─preguntó el pelinegro con dificultad, aún no salía de él, acababa de correrme y de pronto me sentía erecto y dispuesto a seguir. Me encontraba en negación, estaría loco al aceptar que su rostro completo logró excitarme ─. No te gusto ─afirmó.
Negué rápidamente sin dejar de observarle, escudriñando su rostro entero. Grabé en mi cabeza la textura de su piel, sus lunares, incluso esa cicatriz casi imperceptible en una de sus mejillas, para finalmente volver a enfocarme en sus ennegrecidos orbes.
Intenté formular palabra alguna, sintiéndome incapaz de hacerlo, hablar parecía tan fuera de mi entendimiento de un momento a otro. Así que, lo único que alcancé a hacer, fue llevar mi mano a su mejilla y acariciar su labio con mi dedo pulgar. Suave.
─ Constantinne Brooks.
─ ¿Hmm?
─ Mi nombre es Constantinne y me apellido Brooks.
Constantinne Brooks. Nunca antes había oído ese nombre y tampoco reconocía su cara. Entonces, no era modelo o alguna estrella de farándula, pero era digno de ser uno.
Un hombre tan hermoso, tan impactante como él merecía ser presumido en carteleras, ser el personaje principal de una película romántica. Con estas facciones suyas suaves y varoniles a la vez, teniendo un rostro joven resaltando posiblemente una peligrosa ingenuidad, pero ciertamente demostrando en ellas -de alguna manera- un poderoso carácter. Del tipo de chico que puede reírse a carcajadas por alguna cosa muy tonta y ensartarte un puño si le haces enojar. Me estaba jodiendo tan mal.
No cruzamos palabra, me permitía observarle, no hacía ningún pequeño movimiento y yo, ciertamente, tampoco. Permaneció sentado sobre mi polla, mientras parpadeaba revoloteando sus negras y tupidas pestañas, esperando por algo de mí y yo, más distraído en contar los lunares decorando su piel, encontré un sepulcral silencio y la ubicación de los más visibles.
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Gigoló
Romance"Prometí curarte, pero jamás pensé que terminaría enfermo de ti." Ethan vive un vida que parece monótona y confortable, sin saber que se había resignado a sentir más cosas. Hasta que conoce a Constantinne, quien tiene problemas que desea resolver co...