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Veía todo muy diferente.

Cuatro palabras que he tenido en mi cabeza este tiempo.

Ir al cementerio no me ayudó, solo empeoró todo. Ahora sí podía decir que estaba triste. Mal, muy mal. Estaba confirmado. Estaba en depresión, pero no sabía la razón.

Yo creía que me sentía así por la culpa de no haber visitado antes a mis mujeres, por no haber ido a ponerles flores por mí mismo desde el funeral de Melody -del cual me fui antes de que la enterraran-. Me sentía cada vez peor al respecto.

Ahora, me encontraba sentado en una banca, de éstas que están en los parques, tenía mi vista fija en los niños que jugaban y se columpiaban, acompañados por sus padres sentados cerca de ellos o en las bancas a la par de la mía.

Había una parejita de niños, una niña y un niño, que estaban muy agarrados de la mano mientras hacían un castillo en el arenero, entretenidos metiendo puñaditos de arena a la cubeta que tenían enfrente suyo. Antes, pude haber sonreído, ahora, solo me causó amargura.

Me levanté, quitando mi mirada perdida para alejarme. Llevé un cigarrillo a mis labios y lo encendí. El humo esparciéndose directamente a mis laterales a la vez que lo dejaba salir, prestando atención a esconder más adentro mis manos en los bolsillos.

Estábamos en otoño, donde el frío podía sentirse más potente y las lluvias te tomaban por sorpresa, donde los árboles se volvían anaranjadas y cafés para dejar caer sus hojas. Donde mi corazón podía ocultar su frío con el de la temperatura, al menos eso intentaba, lo intentaba, en verdad trataba de ser normal.

Pero ya no era igual.

Me sentía como un anciano amargado, que se quejaba por todo, por el amor y el regocijo que tenían otras personas mientras yo recordaba cómo era "ser feliz", porque ahora no estaba siendo la persona más feliz del mundo, tal vez iba un poco a la más triste.

Estaba más delgado, aún con mi figura, pero notablemente más delgado, ya no tenía tanto color como antes, tenía ojeras enormes y se notaba que no me había rasurado en un par de días, una barba comenzaba a crecer, mi ropa ya no combinaba y estaba hecho un desastre. Ni yo mismo podía verme al espejo.

El trabajo, solo me hizo ver más como estaba acabándome con mi humor, mi aspecto, yo mismo. Pues de diez a quince que esperaban al día por ser escogidos por el gran Park Ethan, fueron ocho de repente, después cinco y ahora con trabajos hay tres esperando por mí. Yo mismo causé eso, siendo agresivo en el sexo, viéndome inadecuado para tener relaciones sexuales, burlándome en la cara de Alexander por su enojo al ser como estaba siendo, recibiendo después una burla de él al verme tan deplorable.

De alguna manera, parecía que estaba de luto, un luto verdadero, no como los que sufrí con mis tres mujeres. Mis madres y mi novia. En esos no perdí mi figura, no perdí mi imagen y no perdí clientes. Este luto era por mí mismo, sabía de sobre que era aquello, el encontrar que mi verdadero yo desapareció. Sin embargo, la razón lo la sabía.

Era como si mi alma abandonó mi cuerpo y a estas alturas venía notándolo, como si mi corazón latiera para algo más y se detuviera en estos tiempos de tempestad. Algo que desaparición y me hizo ver el vacío en mi interior.

Gruñí cuando un tipo chocó conmigo y soltó un "ve por donde caminas, vagabundo asqueroso". Y aunque mi imagen se ve deplorable, no significa que sea sucio, podré tener la mente llena de raros pensamientos, pero mi cuerpo sigue siendo el templo higiénico por mi trabajo.

Con paso lento entré a la cafetería que era mi favorita, el olor a café me dio la bienvenida al lugar, junto con la cara sorprendida de la mesera que antes ya me atendió.

GigolóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora