40

291 39 3
                                    


Nada estaba bien.

Era la quinta noche que despertaba en medio de la oscuridad de mi habitación, lleno de sudor, sin poder conciliar el sueño durante horas para cuando por fin podía dormirme me despertaba, así como así, porqué algo quería castigarme.

¿Por qué?

No lo sé, pero sabía que lo que me estaba sucediendo era un castigo. Tenía que serlo. Tenía que ser la razón de porque había estado tan mal, ido, fuera de mí, ahora en verdad fuera de mí.

Estaba enfermo, tenía dolores de cabeza incontrolables e insoportables, que las pastillas no podían quitar, esta enorme sed de alcohol y la gran necesidad de un cigarrillo entre mis labios.

Me había enfermado desde que Constantinne me cerró la puerta en la cara.

Quedé fuera de lugar en su vida, sabía que había sido mi culpa, pues yo no hice nada más por estar en ella, porque sabía que yo era un daño para él. No podía verlo sufriendo por mí, me prometí no ser una carga en su mente, se supone que yo no ocuparía ningún lugar en el tema de sufrimiento y lo hice, causé daño en su mente y corazón.

Yo también me sentía destrozado.

Cuando la madera estuvo frente a mis ojos, la puerta cerrada, el silencio en las calles, la farola parpadeando, el frío chocando con mi nariz. Lo primero que hice fue levantar mi mano lo suficientemente arriba de mis caderas, para volverla a mi bolsillo, antes de tocar y cometer un error más grande. Lo siguiente que hice, fue girarme y comenzar a bajar las escaleras con mi vista sobre mis pies, notando que mis tenis necesitaban una lavada, no solo por la suciedad que se veía en las orillas, sino por la suciedad que los estaba usando. La tercera cosa que hice fue vagar por las solas calles de La ciudad, perteneciendo a mis pensamientos sin sentido y a las abrumadoras sensaciones que llenaban mi pecho y estrujaban mi corazón.

Pasé mucho tiempo deambulando, porque el departamento de Constantinne estaba lejos del mío y no tenía nada que hacer en mente.

Dicen que caminar te ayuda a pensar, por el oxígeno que ayudas a pasar a tu cerebro, eso dicen, porque no me ayudó en nada. No me ayudó a aclarar mis ideas o a encontrar el broche entre ellas. No me ayudó a saber la mierda que estaba sucediendo.

Y entonces, en un momento en donde mi corazón estaba siendo tan apretado que sentí cómo se detenía, me detuve en medio de la calle. Las líneas amarillas ya despintadas enfrente de mis pies, el frío congelando mi nariz, sacando nubes de mi boca y fosas nasales. Las farolas alumbrando lo que podían, ni un alma más que la mía en pena sobre esta calle. Fue así, cuando asimilé todo y que tenía que seguir mi vida como lo había hecho antes.

Porque debía hacer lo que era correcto, esto era lo correcto.

Era obvio que Constantinne no merece ni una pizca de lo que soy yo. Un hombre que no tiene ningún papel de estudio, un hombre con una deuda que no podrá pagar hasta la edad de cuarenta, un hombre que no tiene cultura, que no goza de una riqueza o estatus como el suyo. Solo soy un pobre diablo que tuvo la oportunidad de conocer a un ángel y ver lo que de verdad era vivir, porque sí, Constantinne me enseñó que yo no estaba viviendo.

Había sido miserable toda mi vida.

Porque tenía dinero, pero no lo gastaba, no tenía en qué gastarlo. Tenía la idea de ser listo cuando no era así, me conformaba con lo monótona que era mi vida. Estaba aferrado a ella porque la idea de no tener a Melody conmigo era insoportable, porque creí que sin ella ya no tenía sentido hacer más por mí, que lo que tenía estaba bien. Que es lo único que sé hacer.

Tampoco acababa con mi miserable vida, pues soy un cobarde, un cobarde que no puede atentar contra sí mismo y que realmente no lo pensó en algún momento porque veía normal e ignoraba el vacío dentro de sí. Porque según, según yo había superado todo, según yo había logrado superar que por mi culpa mi novia había muerto.

GigolóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora