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La rutina regresó más rápido de lo que pensé y no me di cuenta del tiempo que me llevé yendo al ritmo en el que íbamos. Conmigo yendo al departamento de Constantinne diariamente desde las dos de la tarde, para joderlo mientras él decía mi nombre en leves susurros, convirtiéndose en audibles gemidos desesperados e insaciables mientras de apoco me enterraba más en su interior y...

Contrólate, Ethan Park.

Estás en un lugar público.

Tomé la caja de galletas y la tiré en el carrito, con la esperanza de que leyendo de lo que estaban hechas se irían los pensamientos que no debían estar ahora en mi cabeza.

Era inevitable. Tenía años que no me pasaba esto de pensar un poco, de dejar volar solo un poco mi imaginación y luego boom, tienda de acampar en mis pantalones, no, tienda de circo. Prácticamente debía tener todo el tiempo la cara de la señora Carmen para no ponerme duro.

¿Pero por qué carajos mi cuerpo reacciona como el de un adolescente?

Recuerdo cuando más joven, que siempre tenía erecciones, por cualquier cosa, por ver el culo de mujeres u hombres, por ver cómo una mujer o un hombre pasaba su mano por algún parte de su cuerpo. No sé, en ese momento era ridículo porque mis hormonas estaban alborotadas y mi imaginación (siendo que empezaba en el mundo del gigoló) se dejaba llevar.

Pero ahora, pensar en el pelinegro era una aseguración de que mi pene se pondría duro. Su rostro me recordaba cada una de las cosas que hemos estado haciendo en su apartamento y, ahora que se supone estoy enseñándole a ser gigoló, es mucho más excitante.

¿Por qué?

Fácil. Al llegar a su departamento demando una posición, le indico como debe hacerlo, que debe hacer, decir, como debe lucir, incluso cuando puede gemir y el momento en el que puede culminar. Era subjetivo, determinar el cómo y tiempo de cada una de aquellas cosas, pero, así como había personas que gustaban del ruido y lenguaje sucio, existían otras tantas que preferirían lo silencioso y controlado. Y, nosotros los gigolós sabíamos eso, nos convertíamos en los amantes ideales para nuestros clientes. Por lo que teníamos largas pláticas de las reglas de un gigoló, comportamientos, consejos y rutas.

Él terminaba agotado.

Ser un gigoló no es nada fácil.

Regla 1

Cuidar tu apariencia.

Los gigolós debemos tener un cuerpo agradable a la vista, dependiendo de los gustos de las personas y sí, esto será un poco estereotipado, pero es completamente hipócrita que alguien diga que no se fija ni un poco en el físico. Al menos una cosa debe gustarle y en mí, si no es mi apariencia, será mi pene.

Entonces, cuerpo ejercitado, vestimenta agradable -como oufits perfectamente seleccionados, trajes o disfraces- dependiendo del cliente, cabello peinado impecablemente, sonrisa encantadora, gestos seductores...

El señor Giesler, padre del actual dueño, nos regañó incontables veces cuando tenía a alguno de nosotros como el postre favorito de sus allegados. De no cumplir con alguna mínima cosa, sentía su caliente palma en mi nuca, su aliento cerca de mi rostro y esa mirada penetrante mientras con voz ronca y demandante -que parecía gentil y no lo era en lo absoluto- repetía la marcada frase "esto no es un amante de en sueño, muchacho", marcando cada palabra cuando con un chasquido de dedos nos hacía pagar nuestros errores.

Regla 2

Cuidar tu lenguaje.

El lenguaje no solo es el habla, mon amour. Es mucho más que eso, pues también podemos comunicarnos físicamente. Lo que no decimos con palabras, lo podemos decir con una expresión en la cara, un sonido o un mínimo movimiento de manos.

GigolóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora