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Acurrucarse con Constantinne ya no era tan incómodo. Su calor corporal, el tenerlo enredado en mi cuerpo, oler su característico perfume y acariciar su piel distraídamente. Era demasiado cómodo, esta sesión de mimos después del sexo me resultaba extrañamente reconfortante. Llenadora.

─No quiero ir, Ethan.

Seguía moviendo sus dedos por mi pecho desnudo, formando figuras con la punta de sus dígitos, cálida textura de su piel contra la mía. Llevaba corrientes eléctricas sin siquiera saberlo.

─Tienes que ─respondí, sin mirar nada más que el pulcro techo.

─No tengo qué ponerme ─se excusó.

─Trajiste más ropa que yo. Luce como si fuéramos a quedarnos un mes ─acusé, respingó.

Con una risa nasal, me levanté abandonando su lado y dirigiéndome a su maleta decorando el suelo, levantándola la dejé en la cama y abrí la misma, comenzado a hurgar entre las prendas. Entre mis dedos sentí la suavidad de una camisa, seguramente sería fácil de llevar por lo cómoda que se sentía en mis dedos -yo más que nadie sabía lo incomodo que era llevar una camisa del porte de una segunda y seca piel- por lo que Constantinne no se sentiría peor con su conjunto. Encontré también, un saco estilo chaqueta, no era el típico de corte de traje y lo conjugué con un pantalón donde las rodillas y muslos se encontraban rasgados. Luciría presentable y jodidamente caliente.

─Esto luce bien ─pronuncié, dejando las prendas en la cama, acomodadas como si estuvieran sobre su cuerpo.

En lugar de acercarse a ver las prendas que escogí por él, se removió entre las sábanas, ocultándose más debajo de ellas. Lucía tan infantil como un niño pequeño sin ganas de asistir al colegio. Justo como en las películas. Me reí suavemente, golpeando su talón tres veces con mi dedo índice y corazón.

Al verme ignorado, continue hurgando su maleta, encontrándome con un bolso de color negro, era de este tipo de bolso para hombre. Dentro tenía accesorios y maquillaje. Mis labios formaron una "o" al distinguir una gargantilla, percibiendo aretes largos de cadena y un fogoso lápiz labial de color rojo. ¿Lo haría usar aquellos accesorios o sería demasiado para este día? No había notado antes que el pelinegro usaba aretes y desee verlo usar alguno que otro.

─Levántate y entra a ducharte ─dije.

Los ojos de Constantinne se asomaban por sobre la orilla de la sábana. Tenía esa mirada otra vez, de esa manera caliente.

─ ¿Qué? ─solté.

─No puedo concentrarme en mi angustia y estrés por encontrarme a mi familia si estás parado completamente desnudo frente a mí, mientras eliges las prendas que usaré en la cena de mi hermana. Los cabellos negros y la expresión ceñuda que habías puesto solo lograron calentarme más.

Dejando perezosamente su guarida de angustia, caminó sensualmente rumbo al baño haciéndome sonreír, giró apenas su cabeza apoyando su mano en el marco de la puerta. Su delicioso y redondo culo me saludó lujuriosamente, haciendo reaccionar a mi polla con su descarada pose.

─Podemos bañarnos juntos para acortar tiempo ─invitó ─, O para joder otra vez antes de la cena.

Acepté gustoso.

La vez que Constantinne me habló sobre la buena posición económica de sus padres, realmente imaginé algo como una bonita casa de dos pisos y un par de autos bonitos esperándolos para ir a sus costosos edificios. Sin embargo, ante la presencia de dos enormes rascacielos con importantes y atrayentes logos, señalados por el delgado y lindo dedo de Constantinne, me di cuenta que mi imaginación se había quedado corta. Muy corta.

GigolóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora