Capítulo 1

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Hay personas por las que no merece la pena llorar, personas por las que juras no volver a derramar una lágrima, hay lugares que te traen recuerdos amargos y decides no volver. Hay recuerdos que decides enterrar porque aunque quieras es imposible extirparlos de tu memoria. Hay mentiras que repites hasta que se vuelven realidad. Y hay gente a la que deseas olvidar.

Y entonces solo hace falta un pequeño clic y tiras por la borda todas tus convicciones, todo lo que habías dicho y habías prometido.

Y eso le había pasado a Luz, había jurado que jamás volvería a Vera del Rey, un pequeño pueblo de menos de mil habitantes donde todos se conocían, alejado de toda civilización, un pueblo pintoresco de los de toda la vida. Un pueblo que todas las personas mayores hablaban con añoranza, pero en el que los jóvenes deseaban huir al cumplir los dieciocho años.

Luz se había marchado de allí hacía doce años, y se había jurado nunca volver, no mirar atrás, olvidar a las personas que allí dejaba. A sus veintidós años, aquella mañana había sido como una cualquiera, se había levantado, había comenzado a desayunar, y en el periódico vio una noticia que le quitó el hambre, siguió con su mañana, cogió su moto y cuando se quiso dar cuenta estaba fuera de Madrid, sin decir nada a nadie, sin saber qué estaba haciendo. Y así había llegado a Vera del Rey.

En el momento en que pisó Vera del Rey un aluvión de imágenes que se suponía estaban enterradas en lo más hondo de su ser, salieron a la luz, por ese motivo, Luz llevaba sentada en el alféizar de una ventana tres horas, escondida de todos, de sus recuerdos, de ella misma. Con el rostro húmedo pero sin más lágrimas que derramar.

Quizás por eso llevaba mirando a una pelirroja que caminaba de un lado a otro nerviosa durante un rato, posiblemente por la necesidad acuciante de distraerse con lo que fuera. La joven que se movía de un lado a otro mordiéndose las uñas no había reparado en ella, era difícil verla si no mirabas hacia arriba, ya que Luz se encontraba sentada en la ventana de la primera planta de lo que antiguamente fue un Monasterio, ahora reformado, donde se realizaban diferentes actividades

Luz tiró una pequeña piedrecita hacia la joven, sabedora de que no iba a darle, contuvo la risa al ver sorprendida cómo sin ser su intención golpeó a la joven en su cabeza, la piedrecita era tan pequeña que no le había hecho daño, Luz cogió otra, divertida al ver el ceño fruncido de la joven al mirar hacia arriba, creyendo que le había caído algo de los árboles cercanos. En esta ocasión, Luz puso empeño en darle, y lo consiguió, volvió a ver a la joven mirar a todos lados con el entrecejo fruncido. Luz supo que debía parar, que no estaba bien divertirse y olvidar sus problemas a costa de otra persona, pero había algo en aquel rostro que la divertía y deseaba volver a verle fruncir el ceño. Por tercera vez, Luz tiró una piedrecita

-¿Pero qué coño está pasando? -comentó la otra joven ya molesta al no saber qué sucedía

-¿Sabes que para que surta efecto debes cruzar esa puerta? -dijo Luz sobresaltado a la otra joven, volviendo a tirarle otra pequeña piedrecita

-¿Podrías parar de hacer eso? -dijo la otra joven molesta esquivando una nueva piedrecita

-¿Por qué no entras? -Luz volvió a lanzar otra, aunque sin poner interés en darle

-No es de tu incumbencia -una de las piedrecitas volvió a darle a aquella mujer-. ¡Qué pares he dicho! -la joven se agachó y cogió una piedra del suelo y la lanzó hacia la chica que estaba en la ventana, sabiendo que se quedaría a medias

La sorpresa se reflejó en el rostro de las dos mujeres al ver que la piedra cogía velocidad y altura, algo que a ambas les había sorprendido, Luz instintivamente cubrió su cabeza con sus brazos, la piedra dio en la cristalera sobre la que estaba apoyada, rompiéndose y haciendo que Luz cayera hacia dentro.

Huida hacia delanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora