Capítulo 20

1.4K 88 9
                                    

-No tenías por qué llevarme -dijo Luz en el asiento del copiloto del coche de la guardia civil

-No me cuesta nada, además tenía que abrirte el garaje -Javier miró a su hija-. Me alegro que vayas a darnos una oportunidad. Significa mucho para tu madre y para mí -Javier paró el coche en mitad de la nada-. Sé que no quieres escucharlo, y no quiero agobiarte ahora que has decidido darnos una oportunidad, pero necesito que escuches lo que te tengo que decir

Luz se giró en el asiento mirando de frente a su padre

-Cuando nos enteramos del beso... no supimos gestionarlo, tu madre y yo fuimos educados de otra forma, nos enseñaron otra forma de amar, que no digo que amar a una mujer esté mal, que no es eso, es solo que fue una sorpresa... y, de repente, siempre estabas triste, apenas comías, apenas hablabas... no sabíamos cómo ayudarte... En la calle comentaban cosas y tú siempre subías a casa corriendo y te encerrabas en tu habitación, así que cuando Rita nos dijo que había encontrado un campamento para ti, nos pareció una buena idea -Javier cogió la mano de Luz-. Pero debes creerme, ni tu madre ni yo sabíamos que era ese tipo de campamento, creíamos que era uno normal y corriente, como los que ibas cuando chica, ¿te acuerdas? Te gustaban esos campamentos, siempre venías diciendo todas las cosas que habías hecho... No fue hasta que se abrió la investigación de tu muerte que supimos que tipo de lugar era... Sé que esto no borra todo lo que pasaste, pero...

-¿Recuerdas cuando era pequeña que siempre me dabas una vuelta en este coche? -lo cortó Luz

-Sí, te gustaba que pusiera la sirena -sonrió Javier con añoranza-. ¿Quieres que la ponga?

-Ya no tengo diez años -comentó Luz-. ¿Pero sabes por qué me gustaba que la pusieras? -Javier negó-. Porque mientras sonaba todo el pueblo se giraba a mirar y yo me sentía orgullosa de que todos supieran que eras mi padre. Mi padre era un guardia civil y apresaba a los malos. Siempre creí todo lo que me decías, sin cuestionarme nada, porque eras la autoridad, siempre lo decías. Cuando llegué a casa esa tarde, vosotros ya lo sabíais, los cuchicheos, los mensajes a escondidas, el ocultar las cosas, los silencios cuando llegaba... sabía que hablabais de mi. Entonces un día, mi padre, mi héroe, la autoridad, me llevó a ese campamento, me dejó en la puerta y vi a mi familia sonreír mientras se iba. La autoridad me había dejado en aquel infierno. Si mi padre llevaba a los malos a la cárcel, y allí iban los enfermos..., la autoridad había sentenciado que estaba enferma. Mis padres lo creían. Al cabo de una semana ni las palabras de las monjas ni los golpes dolían, pero la imagen, el saber que vosotros pensabais eso de mi... eso dolía más que cualquier golpe, porque no sabía cómo dejar de sentir. Tenía diez años y solo sabía que besar a las chicas estaba mal, que amar era doloroso y cruel. Y por primera vez en mi vida, me he enamorado -Luz comenzó a llorar-, y tengo un miedo atroz, porque nunca he dejado que ese sentimiento entrara en mi y ahora tengo miedo... miedo a que esté mal, miedo de perder a los que me importan, miedo a hacerle daño. ¿Y si estoy tan rota que no sé cómo amar?

Javier abrazó a su hija con fuerza

-Tú no estás rota, ¿me oyes? Si lo estuvieras no tendrías ese miedo, estás enamorada, es normal sentirse así, anda que no tuve veces yo ese miedo con tu madre... -Javier le secó las lágrimas a Luz-. Lo siento, siento que te causáramos ese daño, pero te mereces amar, te mereces que te amen y te mereces ser feliz

***

-¿Ha pasado algo? -preguntó preocupada Ainhoa cuando Paolo volvió de hablar con Javier

-No, nada -dijo Paolo con una gran sonrisa-. ¿Te importa si salgo media hora antes de trabajar?

-No, claro, esta noche no tenemos cena, es un día tranquilo

Huida hacia delanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora