Capítulo 5.

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Imagínense a un remolino gigantesco justo en medio del océano pacífico tragándose toda masa terrestre que se acerque al instante, ese remolino era mi cabeza en ese mismo momento. Era como si el volante del coche no estuviera entre mis manos y en vez de él solo hubiera aire o el vacío en absoluto. Ni siquiera le prestaba la debida atención a mi hermana sentada al lado mío parloteando como cada día desde que tengo memoria.

- Harry, ¿me estás escuchando? -agitó su mano justo en frente de mi somnoliento rostro-

- Lo siento, ¿qué dijiste? -cerré los ojos fuertemente esperando a que eso me sirviera para despejarme-

- Olvídalo -rodó los ojos- No vuelvas a ir a una fiesta si estarás así de volado al día siguiente -me reclamó-

- No estoy volado, es más, ni siquiera tomé una gota de alcohol anoche -aclaré; ella pareció ignorarme-

- No me gusta que estés así, Harry -elevó un poco el tono de su voz; era irritante-

- Pues es mi vida y yo decido qué hacer o no con ella, ¿de acuerdo? -la observé y ella a mí durante un largo tiempo-

- Lo siento -espetó; miró a través del parabrisas-

- No te preocupes.

- Últimamente eres muy grosero, Harry -suspiró aún sin mirarme- Es como si no fueras tú.

Al finalizar esa oración hubo un largo silencio que no era precisamente incómodo sino uno de reflexión, ¿no era yo?, ¿entonces quién era?

No le di tiempo de contestar a mi consciencia cuando ya había aparcado el auto en el mismo lugar de siempre y mi hermana se despedía de mí con un beso en la mejilla. Nuestra relación de hermanos siempre fue buena y reflejábamos siempre el amor que nos teníamos el uno al otro aunque las discusiones y peleas por la jerarquía de hijo favorito y el adoptado siempre estaban en medio. Sacando todo lo malo, además de mi madre, era la única mujer que realmente amaba y haría lo que fuera por ellas sin vacilar.

Unos minutos más tarde una figura femenina cruzó frente al coche atrayendo mi atención y desviándome de mis pensamientos sentimentales. Era Jamie.

El reloj digital en la consola del coche marcaba las siete con cinco minutos, era extraño que a esta misma hora estuviese andando por aquí sola, lo hacía desde que la conocí. Prácticamente no la conocía, ni siquiera sabía algo de ella que no fuese su ceguera, su nombre y apellido, el mismo libro marrón y una canasta de claveles.

Y que la había ahuyentado el día anterior. ¿Era en serio lo que había dicho de su padre, o solo era una excusa para alejarse de mí? Nuevamente mi curiosidad me carcomía por dentro queriendo saber el porqué de tal comportamiento. No es que me preocupase de si le había dicho algo malo o lastimado emocionalmente como había creído la última vez, solo era simple curiosidad.

Ella ya se había sentado y empezado a toquetear su libro de la manera que siempre hacía y me ponía incómodo. Yo ya había salido del coche y me encaminaba hacia el banco. Respiré profundo.

¿Por qué tan nervioso, Harry? Ni yo sabía la respuesta.

- Hola, Jamie -dije con voz titubeante-

En el instante en que terminé de pronunciar su nombre levantó la vista dejándola perdida en la nada, no podía ver así que eso era lo que la mayoría de las personas con ceguera hacían, jamás te miraban a los ojos aunque quisiesen. Los suyos eran ridículamente brillantes y preciosos, un centelleante mar de estrellas.

- Hola, ¿cómo está? -preguntó educadamente; me senté en el banco, ésta pareció incomodarse al sentirlo-

- Muy bien, aunque con un leve dolor de cabeza, ¿y tú? -cerró su libro; la miré, se humedeció los labios-

NUMB |h.s|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora