Capítulo 9.

76 7 0
                                    

– Deberías traerla a casa algún día –propone Gemma, me quedo paralizado en mi asiento y reduzco la velocidad.

– ¿Qué? No digas tonterías, ni que fuéramos a salir –rueda los ojos.

–Eso dices ahora.

Volteo a verla, cuestionándola con los ojos envueltos en llamas y advirtiéndole que cierre esa boca de cotorra que tiene. Cada vez me arrepiento más de haberle dicho algunas cosas sobre Jamie anoche y creo que terminaré amenazándola de que no la mencione nunca más o que al menos se guarde sus comentarios fantasiosos para ella misma.

Eso dices ahora. Oh, cállate.

Tenía una vida bastante ocupada y no tenía tiempo para más, tengo planeado ir a buscar un apartamento cerca de la universidad para poder deshacerme de la figura de niño de veintidós años que seguía viviendo con sus padres, no es por capricho sino porque creo que ya es hora y no planeo hacer más viajes de ida y vuelta unas cuarenta veces al día de Holmes Chapel a Manchester.

Aparqué el auto en el lugar de siempre y mi hermana se apresuró en darme un beso en la mejilla, se lo devolví y salió pitando del coche directo hacia el instituto. En cuanto a mí me quedé esperando a que los diez minutos restantes pasasen para que den las siete con cinco minutos. Esta ansiedad era tan extraña.

Esos diez minutos parecían ser eternos pero, ¿qué hacía yo contando los minutos para que llegase ese momento? Claro, solo quería tener compañía durante estas cuatro horas de soledad, sí, definitivamente.

Sí, claro. Silencio.

Recosté mi cabeza contra el volante, el tiempo se pasaba tan despacio que en cualquier momento lanzaría el reloj digital de la consola por la ventana. Iba a poner el Cd pirata para quemar el tiempo justo cuando una silueta cruzó frente al coche y  cruzó la calle al esperar unos segundos. Mi mente se volvió una maraña al instante y mis pies se congelaron.

Santo cielo, Harry, no es la parca.

Sin dar la orden mis pies ya habían salido del coche y caminado fuera de él, mi mano había presionado el seguro y mis ojos yacían puestos sobre la calle, acercándome cada vez más hacia aquel banco en el cual se sentaba una bella señorita junto con su libro blanco, su canasta de claveles, su bastón y una caja aplanada y un poco grande.

Al acercarme al banco, Jamie cerró el libro y levantó la vista para quedarse mirando justo al frente, mirando no pero digamos que tenía los ojos puestos en el edificio de en frente. Frunció levemente el ceño y se humedeció los labios. Aunque al final esbozó una pequeña sonrisa.

- Hola, Harry –pronunció mi nombre con su voz aterciopelada.

- Hola, Jamie, ¿cómo estás? –saludé de vuelta, pronunciando su nombre y sonriendo–

¿Por qué estaba sonriendo?



Una línea fina era trazada sobre el papel y otra la seguía sin haber esperado a que la anterior terminase su recorrido, las sombras y las luces se complementaban unos a otros formando así el boceto casi perfecto de la belleza pura de una verdadera musa. Unas líneas rápidas aquí, froto el lápiz por allá, atenúo y esfumo con los dedos el trazo del lápiz para dar el toque de sombra que estaba buscando. Varias horas y días habían valido la pena. No, no era pena, era más un deleite dibujarla, esbozarla y colorearla con oleos o acuarela. Sí, el mariscal de campo también dibujaba, no lo hacía a menudo y tampoco era el mejor pero me esforzaba.

No había entregado el trabajo práctico que nos había pedido el profesor Chapman después de una semana, gracias a mi puesto en el equipo, mi tiempo era consumido en su mayoría por los entrenamientos y las clases, entonces me había asignado una semana más de tiempo para terminar aquel exhaustivo trabajo. Mi atención se centró en las mañanas y las noches después de la universidad, pero como había dicho, había valido la pena. Bueno, el deleite.

NUMB |h.s|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora