Capítulo 19.

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Jamie no apareció al día siguiente.
Tampoco las dos semanas siguientes.

Aparqué en el lugar de siempre dejando las manos sobre la parte superior del volante. Volteé a ver a mi hermana que me miraba como si hubiese estado en un funeral recientemente.

— ¿Estas seguro de que estás bien? —preguntó claramente preocupada como lo hizo todos los días y ésta mañana.

—Te he dicho como dos mil veces que si estoy bien, Gem.

—Te ves como un muerto viviente, Harry. Y sabes que no me gusta exagerar.

Suspire profundamente como si así sacara toda la carga de mis hombros.

— ¿Qué quieres que te diga? —mi tono había subido considerablemente. 

No, mi hermana no tenía que recibir toda mi mierda ya que no tenía nada que ver esto. Últimamente he sido un idiota con ella sin tener en cuenta que siempre esta ahí para mí, cargando con mis problemas o tratando de alivianarlos un poco. Estaba siendo tan egoísta.

—Lo siento mucho, Gem -la observé meramente arrepentido. Ella solamente asintió.

—No te disculpes, Harry. Entiendo que la extrañes. Yo también lo haría en tu lugar.

Seguí observadola sin espetar nada ante sus últimas palabras que habían dado en una parte sensible de mi arremolinada mente.

Sí, la extrañaba bastante aunque solo hubiese transcurrido unas dos semanas. Unas muy largas.

Se despidió de mí al igual que todos los días pero esta vez con un abrazo que mentalmente le fue gratificado.

Me quedé en mi asiento en silencio sin mover nada más que el pulgar contra el volante y el pecho subiendo y bajando conforme respiraba pesadamente.

Sentía como el aire en el coche iba acabándose, descarté la idea de abrir las ventanillas para dar paso al aire ya que no me sentía seguro. Abrí la puerta y coloqué el seguro. Empecé a caminar.

Las hojas amarillentas crujían con las pisadas de mis botas gastadas sobre ellas y algunas salían del camino volando mientras me acercaba al banco justo al otro lado de la calle al que acudía todos los días estuviese ella o no y con el libro azul de El Gran Gatsby en mis manos que esperaba devolvérselo. En mi pecho tenía esa sensación de que si dejaba este banco la estaría dejando a ella y eso era lo último que quería y mucho menos ahora cuando sentía una parte de mi ser incompleta.

Me quedé allí sentado sin saludar a la poca gente que pasaba por en frente de mí.
Si hubiera dejado mi egoísmo atrás ahora mismo tal vez estaría en una agradable y trivial conversación con esa amable y reservada chica que sorprendentemente me aceptó aún sin ser capaz de ver mi rostro o mis gestos lo cual me llenaba de una incertidumbre descomunal. ¿Por qué siquiera habló conmigo? Sabiendo lo introvertida que era ¿Por qué yo?
Nunca me atreví a preguntarle en ninguna oportunidad por miedo que se sintiera ofendida o dejara de hablarme. Sus palabras eran el pan de cada día para mi alma, sonará exagerado pero nunca había escuchado a nadie más hablar con tal determinación y fundamento. Ella había vivido y aprendido cada una de sus palabras.

Entabló conversaciones conmigo sin miedo a que le hiciese algo -lo cuál nunca en mi sano juicio haría- o que le jugase una broma pesada, que era muy característico de mí. Pero si hubiese sido diferente y hubiera insistido en que entrase a clases tal vez nos habríamos alejado y nunca vuelto a hablar, eso en el peor de los casos. ¿Mi egoísmo me había hecho un favor o solo me complicó la situación? No había respuesta lógica para ello o al menos una hecha por mi escandalizado cerebro.

Apreté el libro con mis manos al sentir una suave pero fría brisa en mi costado recordándome de que era una mala idea estar al aire libre con este clima momentáneamente frío, pero no me importó. El frío era solo un recordatorio de cuán solo me sentía.

NUMB |h.s|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora