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Llegué al club de boxeo más rápido de lo normal, oler continuamente aquella chaqueta comenzaba a causar estragos en mi interior. Necesitaba deshacerme de ella lo antes posible.

Entro por la puerta del establecimiento como tantas veces he hecho y atravieso el pasillo hasta llegar a la zona del bar, donde se encuentra a unos pocos metros el ring.
Él suele estar ahí a esta hora, pero para mi sorpresa, no está. En su lugar me encuentro con un chico de cabellos castaños y cuerpo delgado, calentando sus articulaciones para el entreno.

— Eh, hola. — le saludé algo tímida.— ¿Sabes dónde está Nate?— pregunté.

— Ha ido un momento al vestuario.— respondió seco, dirigiéndome una corta mirada antes de seguir con su calentamiento.
Asentí más para mí misma que para él y emprendí camino a los vestuarios, tal vez el pelirrojo quería tener su chaqueta ya.

Me adentré en el lugar, observando la estancia cautelosamente mientras mis ojos lo buscaban.
Entonces le vi, el pelo pelirrojo caía en ondas levemente marcadas frente a su rostro, tapándolo. Tenía el torso totalmente al descubierto, permitiéndome ver sus marcados abdominales. Observé la piel tersa que los recubría y quise grabarme a fuego en la mente cada centímetro de ella. Sus bíceps definidos de forma voluptuosa, duros y contrayéndose con cada movimiento que hacía. Quise pasar mis manos por esas zonas y acariciar su cuerpo, sentirlo bajo mis dígitos y dibujar figuras sobre su tez.
Seguí bajando mi mirada hasta ver la v expuesta antes de llegar a su entrepierna, me quedé quieta en ese sitio, admirándolo estática cuando percibí que tan solo llevaba sus bóxers.

Mierda, era tan atractivo, sin embargo también era odioso y no podía olvidarme de ese detalle.

Noté mi cara enrojecerse mientras se teñía al rojo vivo, el calor subió hasta mis mejillas y sentí mi rostro arder.

— ¿Quieres una foto?— escuché su voz vibrar, haciendo eco en el vestuario.

Elevé mi vista cuando volví a la realidad, despegándola de su... Parte íntima y le miré a la cara pese a mi vergüenza, me estremecí al sentir su mirada penetrante calarme los huesos.
Me había pillado con las manos en la masa, pero tenía que disimular ahora o estaría perdida.

Hice todo lo posible por mantener mis ojos fijos en su cara y no apreciar lo que había más abajo, que estaba ahora a mi completa disposición visual ya que Nate había adoptado una posición recta, erguida y levemente inclinada hacía mí.

Tenía una sonrisa socarrona formada en sus labios, ligeramente húmedos.
Nos miramos a los ojos, creando un contacto visual hipnotizante y observé el verdor de sus ojos, tan profundo, tan vivo, tan brillante. Y es que de verdad había un brillo extraño en sus ojos, no supe adivinar qué era o de dónde venía pero solo sabía que era precioso.

— Ja, ja.— fingí una risa sin gracia. — Muy gracioso.— me burlé seca.

— No pretendía serlo.— añadió mientras su sonrisa se ensanchaba, mostrando sus estúpidamente perfectos dientes.

Estaba a punto de decir algo para dejarlo mal, lo que fuese, pero una voz se me adelantó, frenándome.
La puerta del vestuario se cerró y el ruido fue acompañado del sonido de unos pasos, acercándose a nosotros.

— ¿Nate?— preguntó Ronald, el dueño del club.

Abrí los ojos desmesuradamente, la imagen que le íbamos a dar era muy fácil de malinterpretar. Un chico con fama de tirarse a todo lo que se mueve en bóxers, semidesnudo delante de una chica, solos en un vestuario.

Mi cabeza trataba de idear un plan para no ser descubiertos lo más veloz posible, mi mente trabajando a mil por hora. Antes de reaccionar, una mano grande se cernió a mi muñeca, unos dedos gruesos enroscándose en ese lugar y tirando de mí con fuerza.
Sin previo aviso, Nate me metió en una de las duchas.
Me choqué contra la pared, prácticamente siendo estampada por la fuerza con la que me había empujado y fui seguida por él, que se adentró en ella conmigo.

EnigmáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora