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Oh, mierda.

Tras el combate y mi actuación, hubo algo que corroyó mi interior.
Una sensación intensa se apoderó de mí para permitirme fluir y dejarme llevar.

El problema estaba en que lo había hecho con Nate.
Y que el preservativo estaba manchado de sangre.

— ¿Eso es...?— preguntó ligeramente asustado, la incertidumbre marcándose en sus facciones y no le dejé terminar.

— Soy virgen.— solté cortándole para quitármelo de encima de una vez por todas.

El temor se apoderó de todo mi ser y me mentalicé para lo peor.

Había follado con alguien que tenía bastante experiencia, regalándole mi virginidad sin que él lo supiese y sin saber si estaba de acuerdo.

— Bueno, lo era.— murmuré con una risa nerviosa, intentando calmar la tensión en el ambiente.

La incredulidad contrajo sus facciones, siendo acompañada de una preocupación que hizo brillar sus ojos.

— ¿Tú...?— intentó formular una pregunta pero las palabras se atascaron en su garganta.

Se pasó las manos por el pelo alterado, tomando una respiración profunda antes de volver a hablar.

— ¿Me acabas de dar tu virginidad? ¿Yo he...?— asentí con la cabeza, confirmando sus sospechas. — Oh, mierda.— masculló poniéndose de pie y le imité. — ¿Has dejado que te dé duro siendo virgen?— cuestionó sin asimilar aún mis palabras.
Yo volví a asentir con la cabeza, aguantándome la risa por la vulgaridad en sus palabras y, por otra parte, temerosa por su reacción. — Joder, Amelie. Me lo tendrías que haber dicho, hubiese sido más cuidadoso o qué se yo. — dijo inquieto, dando vueltas por la habitación.

Caminé hasta él, tomándole por los hombros para frenarlo y mirarle directamente a los ojos.

El verdor de sus iris me captó como si quisiese atraparme para no soltarme jamás, penetrándome con intensidad y haciendo mis piernas temblar de nuevo.

El hecho de que siguiese desnudo ante mí me alteraba mucho más de lo que debería pero me obligué a centrarme en hablar.

— ¡Es que yo no quiero que seas cuidadoso! — exclamé. — Quiero que cuando lo hagamos seas tú, en toda tu naturalidad. Quiero que me toques tal y como quieres tocarme y quiero que me folles tal y como deseas hacerlo, sin restricciones. ¿Lo entiendes?— expliqué dándole a entender mi punto de vista.

Sus ojos me inspeccionaron como si buscasen algún resquicio de mentira en mi semblante, sin éxito.
Entonces hizo lo último que me esperaba.

Nathan se lanzó encima de mí, sus labios atrapando los míos y fundiéndose en un beso fogoso.
Estampó nuestras bocas con fervor, uniéndolas con posesión como si solo fuese suya y en parte lo era.

Mis besos eran suyos porque era el único a quien se los quería dar, mi cuerpo era suyo porque era el único al que se lo quería ofrecer y mis alteraciones solo eran causadas por él.

Nos separamos cuando el aire abandonó nuestros pulmones y los hizo arder.

Una sonrisa tiró de sus labios, ensanchándolos en una sonrisilla pícara.

— No puedo creer que te haya quitado la virginidad, me siento privilegiado.— alegó sonriente.

Le propiné un manotazo en su hombro desnudo, totalmente descubierto y cuando su piel hizo contacto con la mía, un escalofrío me recorrió como si fuese la primera vez que lo tocaba, erizándome la piel.
Y eso que ya me lo había tirado.

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