16

1K 59 12
                                    


Un brazo rodeaba mi cintura, acorralándome y apretujándome contra el cuerpo cálido que había detrás de mí. Se aferraba a mí como si se quisiese fundir conmigo.

Abrí los ojos como platos, presa del pánico y mi respiración se tornó pesada, acelerándose notablemente.
Nathan me agarraba con posesión, pegando mi figura a la suya tanto como podía y el pulso se me disparó en ese preciso instante por los nervios. Sentirlo absolutamente todo de él contra mí era más agradable de lo que me atrevería a decir en voz alta.

Una dureza de enormes dimensiones y longitud hacia presión contra mi espalda baja, hincándose en ese lugar.

Mierda, ¿eso era...?

Escuché un gruñido ronco proveniente de Nate antes de que se removiera entre las sábanas, ejerciendo fuerza en su agarre y acercándome más a si mismo.
Noté su erección con más plenitud ahora que estaba más cerca y una tensión caliente contrajo los músculos de la parte baja de mi abdomen, enviando un cosquilleo excitante a mi entrepierna.

Oh por dios.

Fui consciente del movimiento de su cabeza demasiado tarde y cuando me quise dar cuenta, tenía su rostro tan aproximado al mío que nuestras respiraciones se entremezclaban, la suya rozando con suavidad mi pelo. Hizo a un lado el cabello que caía sobre uno de los lados de mi cara, dejando expuesta mi oreja y acercándose a ella al mismo tiempo que percibía su aliento acariciar mi cuello.

— Malos días, ballerina. — se las arregló para decir con la voz grave.

El contacto envió unos escalofríos por todo mi cuerpo que erizaron mi piel y jadeé por su proximidad.

— Malos días, pelirrojo.— dije con dificultad.

Una risilla masculina resonó por toda la estancia mientras se separaba de mí y la ausencia de su calor corporal fue desagradable.
Se levantó de la cama, quedando de pie delante de mí sin pudor y con tan solo unos pantalones holgados que me permitían ver la erección bajo ellos.

Era gigante.

Aparté mi vista de aquel lugar cuando esa sonrisa socarrona tan familiar se instaló en sus húmedos labios, esos mismos labios que anoche me habían besado el cuello y lo habían succionado hasta hacerme gemir.

Sacudí mi cabeza para salir de aquella ensoñación erótica en la que me enfundé y el color rojo tiñó mis mejillas, sonrojándolas y provocando que su maldita sonrisa se ensanchara.

— ¿Recordando alguna cosa?— cuestionó burlón.

— No, que va.— me apresuré a responder, mintiendo.

— Ya claro.— murmuró rodando los ojos.

— ¡De verdad!— le aseguré para darme credibilidad.

— Mientes fatal.— añadió emprendiendo camino al baño y yo le seguí.

— ¡No miento!— protesté enfurruñada y estalló en carcajadas. — ¿¡Qué te hace tanta gracia!? — pregunté irritándome.

— Tú. — respondió divertido. — Eres adorable.— explicó volteándose en mi dirección y pellizcándome un moflete con expresión de adoración.

Le aparté la mano de un manotazo y se volvió a girar, entrando en el baño delante de mí.

— Yo no soy "adorable".— escupí con desdicha, haciendo énfasis en la palabra "adorable".

— Sí, sí lo eres.— se defendió.

— Bien, pues tú eres un pelirrojo engreído y ególatra.— rebatí.

EnigmáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora