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Fran me golpeó repetidas veces en la cara, pillándome desprevenido y creando un corte en mi ceja.

Su puño impactaba contra mi pómulo, mandíbula y ojo, la fricción de los huesos al chocar abriendo mi piel y generando heridas.

Mis facciones se contrajeron en una expresión de molestia, el dolor haciendo acto de presencia y produciéndome un leve escozor.

Comenzó a brotar sangre descontroladamente del corte, cayendo a gotas por mi cara y deslizándose por mi sien hasta llegar a mi mentón.

El ring que indicaba el final del primer asalto sonó, permitiéndome curarme en el mejor momento y solté un suspiro de alivio.

Procedí a sentarme en el taburete que Ronald me había preparado, con una botella de agua y medicamentos para las heridas preparados.
Me dejé caer agotado, mi respiración agitada y mi pecho elevándose para volver a bajar cuando entraba oxígeno por mis pulmones, que ardían por la falta de él.

— ¿¡Qué te pasa, Nate!?— exclamó sobre el ruido de las personas gritando.

Se había formado tal griterío que el bullicio me desconcertaba y la intensa luz de las lámparas me aturdía, dificultando mi concentración.

El jefe del club me quitó las protecciones de la boca para ayudarme a tomar agua mientras, al mismo tiempo, me limpiaba el corte con alcohol y una gasa desinfectada.
Si esa herida llegase a infectarse y fuese a peor, podría generar problemas.

Escupí para retirar la saliva de mi boca, que la inundaba como si fuese agua antes de tomar de la botella.

— No puedes seguir así, estás ido.— añadió desesperado, la angustia y la confusión tiñendo su voz.

Tomé una respiración profunda para tranquilizarme y frenar mis latidos, que estaban acelerados como locos.
Ni siquiera entendía qué me pasaba.

Estaba a punto de hablar, de disculparme por mi distracción durante el combate y tratar de arreglarlo, pero alguien se me adelantó e hizo lo último que esperaba que hiciera.

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Amelie:

Miedo.

El miedo fluía por mis venas y se apoderaba de mis sentidos como la más potente ambrosía, la preocupación adueñándose de mí y haciéndome temblar.

Caminé a paso acelerado hacia el ring (prácticamente corrí).
Las personas a mi alrededor abucheaban a Fran o a Nate, la rabia manipulándolos y controlándolos como si fuesen clones.

Tuve que empujar a alguien para abrirme paso entre la gente, manteniendo mi paso firme en dirección a esa especie de tarima donde solían pelear y ganándome miradas de odio.
Sinceramente, había más mafiosos de lo que pensaba.

El dinero abundaba en las mesas de juegos, en los puntos de apuestas para apoyar a los boxeadores y en los bolsillos de los ricos.

Mi mente viajó a las explicaciones de Ronald sobre que estas noches no eran las más seguras y me arrepentí al instante de haber venido, pero no podía perderme eso.
Ansiaba ver la derrota oscurecer el semblante de Fran, el regusto de la pérdida sabiendo mal en su boca de lengua viperina.

Llegué al ring lo más rápido que pude y vi a Nathan sentado sobre un taburete, descansando su físico magullado y respirando frenéticamente, como si le costase.

Aún así, se las arreglaba para verse extremadamente atractivo.

— ¡¿Qué ha pasado?!— le grité al dueño del club, elevando mi voz sobre el sonido de la de los demás.

EnigmáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora