Final

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No podía creer nada de lo que acababa de pasar.

Había estado en casa del señor Roussel, quien creí que sería tan increíble como todos decían pero que realmente no sabía ser un buen padre. Después defendí a Nathan de ellos y por último salí corriendo de allí porque no aguantaba más ese ambiente de superioridad que cargaba el aire del lugar.

Simplemente inesperado.

Al mismo tiempo que salíamos de la mansión, dejando atrás el jardín, miles de gotitas congeladas se depositaban sobre mi piel.

Me estremecí cuando una sacudida de viento azotó los árboles de la calle y un trueno resonó en toda la ciudad.

No sabía en que momento había empeorado el tiempo.

Nate me dio un apretón en la mano para devolverme a la realidad y comenzar a correr hasta el coche.

Mis pies se quejaban a cada paso que daba por los incómodos tacones y temí doblarme un tobillo, así que me frené en seco.

Nathan me observó con cautela, repasando cada centímetro de mi cuerpo para asegurarse de que todo estaba bien.

Me quité los tacones sintiendo como el ataque de la lluvia sobre nuestras figuras se intensificaba, erizándome el vello y haciéndome jadear para recuperar el aliento.

Sin previo aviso, unas manos fuertes y grandes se ajustaron a la medida de mi cintura, agarrándola con posesión y autoridad.
Nathan me elevó en el aire, sujetándome como a una princesa.
Uno de sus brazos se posicionó detrás de mis rodillas y el otro me tomaba desde la espalda, provocando que nuestros rostros quedasen peligrosamente cerca y nuestras respiraciones alteradas se entremezclaran.

Y sin más, continuó corriendo hasta llegar al vehículo, solo que esta vez con un peso más en los brazos. Sin embargo, parecía no importarle porque mantenía la misma agilidad de siempre.

Joder, no me imaginaba que el boxeo te hiciese tan fuerte.

Aproveché la cercanía para apreciar cada una de las facciones de Nate, observando con atención esos labios que tanto me gustaba besar y que generaban en mí una adicción irrefrenable. Admiré su nariz, definida y puntiaguda. Sus pómulos ligeramente marcados y para finalizar, sus ojos. Tan verdes, tan profundos, tan enigmáticos.
Eran tanto que te enganchaban como si nada y te hacían caer en un pozo infinito de emociones y vivencias.

Un rayo iluminó todo Paris y fue seguido de otro trueno que me obligó a estrecharme contra el pecho fornido de Nathan.
Lo cierto es que no era muy fan de las tormentas tan potentes.

La lluvia se avivó, tornando las gotas más gruesas y haciéndolas resonar sobre cada superficie en la que se estrellaban.

Llegamos al coche y Nate abrió la puerta trasera, dejando mi cuerpo sobre los acolchados asientos de atrás.
Una vez se aseguró de que estaba cómoda, salió del coche para rodearlo e irse al puesto del piloto pero fui más rápida y le atrapé de la camiseta, pegando un tirón y jalándolo hacia mí.

La fuerza con la que lo acerqué le tomó desprevenido porque cayó sobre mi cuerpo y la puerta del coche se cerró detrás de él, encerrándonos en su interior.

Su calor corporal se unió al mío, calentando aún más mi físico pese a la humedad que la tormenta había dejado sobre nuestra ropa.
Sus pupilas se dilataron tanto que sus ojos se oscurecieron y me repasó con la mirada, tratando de captar cualquier señal que le revelase lo que pensaba en aquel momento.
Y la verdad era muy simple, no pensaba en nada.

Cuando estaba con ese pelirrojo, todos mis pensamientos se esfumaban para tan solo dejar una alteración sísmica en mi interior. Mi mente anulaba cualquier distracción porque tan solo estábamos él y yo, aliento con aliento, toque con toque, cuerpo con cuerpo y miles de sensaciones lo abarcaban todo para hacer estremecer cada una de mis terminaciones nerviosas.

EnigmáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora