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— Eso ha sido...— murmuré tratando de encontrar las palabras para describir ese beso.

— Jodidamente sublime.— completó Nate, sacándome de mis cavilaciones y captando mi atención.

Sublime...

Esa palabra encajaba perfectamente.

                          ••••••••••••••

Nathan me llevó a casa tras nuestro "percance".

Ir en moto me ayudó a despejar la mente y aclararme las ideas, tuve tiempo para pensar.

Sentir el aire chocar en mi cuerpo, ejerciendo fuerza en nuestra contra y haciendo volar mi pelo fue agradable, aunque aferrarme a ese pelirrojo no lo era tanto.

Llegamos a la casa de Carla en pocos minutos y yo solo quería tirarme en la cama, pero allí tampoco podría estar sola.

Nathan se las arreglaba para estar siempre conmigo, ni siquiera sé como lo hacía.

Me quité los tacones por el incesante dolor de pies que me taladraba los talones y subí las escaleras corriendo, en dirección a "nuestra" habitación.

Entré tan rápido como mis piernas me lo permitieron y tiré los tacones al suelo, suspirando.

En ese precioso instante, Nate entró por la puerta del dormitorio y se quedó mirándome fijamente, sus ojos clavados en mí y su mirada penetrándome como si de esa forma pudiese ver debajo de todas mis capas.

Caminó por la habitación hasta llegar a su lado del cuarto, rebuscando entre su ropa para encontrar la camiseta de pijama que me prestaba y tenderla en sus manos.
Se acercó a paso calmado hasta mí y estiró el brazo, ofreciéndomela.

La tomé como si estuviese hipnotizada, alargando mi brazo lentamente y tocando sus dedos cálidos al tomar la camiseta.

Sus ojos seguían fijos en los míos, sin abandonar el contacto visual.

— Eres preciosa...— masculló en un susurro inaudible que me hizo pensar que no lo había dicho.

¿De verdad esas palabras habían salido por su boca?

Admiré sus facciones perpleja, contemplándolas y tratando de captar algún resquicio de burla en su semblante, sin éxito.

Lo estaba diciendo en serio.

Parpadeé repetidas veces para volver a la realidad y su mirada se desvió de la mía, dejándome un regusto amargo en la boca y enfriando la situación.

— Voy a ponerme el pijama.— explicó después de aclararse la garganta, esta vez con voz firme.

Abrí la boca para decir algo pero nada salió de ella y se adentró en el baño, cerrando la puerta detrás de él.

Tragué grueso y me cambié de ropa, pasando su camiseta por mi cabeza.
Me acerqué a la cama y retiré las sábanas para poder tumbarme en ella.
Dejé mi cuerpo caer como si fuese un peso muerto, cerrando los ojos para sustituir la claridad de la luz por el profundo negro intenso que me cegaba.

Intenté conciliar el sueño y dormirme, relajé mis músculos y respiré hondamente para vaciar mis pulmones y volverlos a llenar, pero la somnolencia no hacía acto de presencia.

Bufé hastiada y escuché la puerta del servicio abrirse de nuevo, el ruido seguido de unos pasos alcanzando la cama.
Se detuvieron en ese lugar y segundos después la luz se apagó, fundiéndonos a Nathan y a mí en la oscuridad.

Se acostó sobre el colchón, la espuma hundiéndose en señal del peso que ejercía el físico de Nate y percibí como se acomodaba.

El silencio se adueñó de la estancia y volví a tragar grueso, incómoda.

EnigmáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora