XIII.

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Recuerdo perfectamente cómo me desperté aquella mañana

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Recuerdo perfectamente cómo me desperté aquella mañana. Lo hice feliz y entusiasmada porque Julie estaba de vuelta. Mi mejor amiga, aquella que había pasado un año estudiando en el extranjero, volvía ese día, y yo me moría de ganas por verla.

La había necesitado en infinidad de ocasiones aquel año y, aunque había sido en la distancia, siempre había sentido su apoyo. Ella era mi amiga, casi como una hermana; mi confidente. Ella era la persona que lo sabía todo.

Me vestí rápidamente, poniéndome la ropa de ballet: tan solo unas medias blancas y, por encima, un body rosa que se ajustaba a mi cuerpo a la perfección. Tomé mi bolsa de deporte y, después de dejarla en el salón, corrí hacia el cuarto de baño para poder peinarme frente al espejo.

Pero lo que vi nada más abrir la puerta, me cortó la respiración. Max. En la ducha. Completamente desnudo y con el agua corriendo por su cuerpo, trazándolo a la perfección. Mi vista se fijó en aquel punto de su anatomía con el que tantas noches había soñado. Y, por más que lo hubiese hecho, jamás se habría acercado a la realidad.

La mirada de Max se encontró con la mía en el mismo instante en el que se percató de que estaba allí, y toda la sangre de mi cuerpo se acumuló en mis mejillas. Quería que la tierra me tragase en aquel momento.

-Lo siento -susurré antes de dar media vuelta y cerrar la puerta con fuerza.

La risa de Max se escuchó a pesar de que ya me había alejado, y eso tan solo consiguió que me avergonzase todavía más. Corrí a la cocina, con la esperanza de poder desayunar rápidamente antes de que él saliese del baño y tuviésemos una conversación que me resultase incómoda.

Pero, pareciendo querer matarme de un maldito infarto, en cuestión de segundos, Max apareció con una toalla anudada a la cintura. Llevaba el pecho al descubierto, todavía mojado, y en su rostro traía dibujada una gran sonrisa.

Antes de darme oportunidad de reaccionar, posó su mano en mi nuca y juntó nuestros labios en un gesto de dar los buenos días. Y la verdad era que no me imaginaba una forma mejor de hacerlo.

-Siento haber entrado... así -me disculpé bajando la mirada al vaso de zumo que él mismo dejó delante de mi.

-No pasa nada, Lex. Somos... bueno, somos algo -rio sin saber muy bien qué nombre ponerle a aquello que teníamos.

-Ya, pero tú estabas así... -Max se sentó a mi lado, inclinándose sobre la encimera de mármol para poder fijarse en mi cara que, en ese punto, debía estar tan roja como un tomate.

-¡Oh, vamos Lex! No me digas que te da vergüenza -su risa se extendió por toda la casa, haciendo que yo levantase la mirada, sintiéndome un poco más relajada al ver que se lo había tomado bien. -¡Como si fuese la primera vez que ves una polla!

La sangre se me congeló en las venas y tragué el zumo con dificultad. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver cómo la expresión en su cara cambiaba al darse cuenta de lo que acababa de pasar. Sus labios se entreabrieron ligeramente por la sorpresa, y yo quise salir corriendo de aquella casa.

Salvation | Max VerstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora