XXI.

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-¿A dónde vas? -preguntó Charles en cuanto llegué a la cocina, ya completamente vestida

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-¿A dónde vas? -preguntó Charles en cuanto llegué a la cocina, ya completamente vestida.

Tenía el pelo revuelto y los ojos hinchados. Lo más seguro es que hiciese poco que se había levantado, pues aún estaba empezando a desayunar. Me di cuenta de que había otro tazón con cereales sobre la mesa, y entré en pánico.

-A ensayar -respondí yendo directa a la puerta de casa, dispuesta a marcharme antes de que Charles pudiese incluso responder.

-No has desayunado -apuntó rápidamente, levantándose de la silla.

-Ahora no me da tiempo. Comeré algo en el descanso del ensayo -en el mismo instante en el que puse mi mano en la manija de la puerta, Charles se acercó para retirarla.

-Siéntate ahora mismo a desayunar, Lexie -impuso sin ni siquiera temblarle la voz.

-¿Perdona?

-Te da tiempo de sobra. Entras a las nueve y media. Todavía son menos cuarto. Te da tiempo -ver a Charles hablando de aquella manera, tan firme, era ciertamente una novedad. Aquello era algo típico de Max, pero no de él.

-Es que... no tengo mucha hambre -intenté excusarme de nuevo.

-Lexie, voy a dejarte las cosas claras -retiró la bolsa de deporte de mi hombro y, tomándome del brazo, me obligó a avanzar con él hacia la mesa. -Max lleva días preocupado porque no comes. Normalmente, pongo en cuarentena todo lo que me dice porque Max tiende a preocuparse por cosas sin sentido, pero veo que esta vez tiene razón -llegamos a la mesa y, poniendo las manos sobre mis hombros, me obligó a sentarme en una de las sillas. -Así que, tranquilamente, vas a desayunar y solo así te dejaré salir de casa.

-Charles, no tengo hambre.

-Siento decírtelo de esta manera, pero me importa una mierda si tienes hambre o no. Vas a desayunar porque te estás quedando en los putos huesos, y yo no estoy dispuesto a que tú acabes enfermando.

-Charles...

-Ni Charles, ni mierdas. Cómete el puto tazón de leche con cereales -intenté hablar de nuevo, pero me lo impidió con un gesto, poniendo un dedo sobre sus labios. -Ya te he dicho que me importa una mierda lo que tengas que decir, chérie. Vas a comer y punto.

Miré la comida que tenía frente a mi. Tan solo era un poco de leche con cereales; nada del otro mundo. Y, aún así, sentí cómo se me cerraba el estómago, como mi cuerpo se negaba a ingerir el desayuno.

-No pienso moverme de aquí hasta que comas, Lexie. Así que ya sabes.

Mi mirada viajó a Charles, que estaba más serio que nunca; tanto que incluso me costaba reconocerle. Pero si algo tenía en común con Max, era que ambos eran realmente testarudos, y sabía perfectamente que sería incapaz de salir de aquella casa sin tomar el desayuno.

-Vamos, Lexie. Empieza -ordenó dándome la cuchara.

Y no tuve más remedio. Empecé a comer, a pesar de que mi estómago y mi cerebro me decían que parase, a pesar de que tenía ganas de llorar de rabia, a pesar de que sabía que, al llegar al ensayo, me esperaban palabras que me harían daño.

Salvation | Max VerstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora