Increíble. Simplemente increíble.
Esa y otra serie de palabras – la mayoría maldiciones-, inundaban la mente del joven de cabellos castaños. Su pulcro peinado era desordenado por la brisa marina, al igual que agitaba su estilizada ropa de marca.
Con las manos en la cintura y el ceño fruncido, Kang YeoSang observó ese desierto paramo en el que se encontraba, o mejor dicho, desierto muelle. Hace varios minutos que había bajado de la vieja y pintoresca embarcación que lo había traído a esa isla ubicada en medio de la nada. Tuvo que aguantar viajar con gallinas, hortalizas y otra serie de cosas que lo mantuvieron alerta el cien por ciento para evitar que su costosa ropa se ensuciara o arrugara. No era solo el dinero que había gastado en ella, sino también que no le gustaba estar impresentable. La pulcritud era su marca registrada y aunque se estaba – literalmente- asando bajo su chaqueta Armani por culpa del calor húmedo de la isla, no se la quitaría por nada. La imagen era importante, y la mantendría lo que costara.
Especialmente cuando venía hacer negocios.
Negocios que, hasta ahora, no aparecían en su horizonte.
Antes de irse de viaje a esa isla perdida, MinGi le había pedido expresamente que llegara a la isla un día antes de su partida. Para ese entonces, su jefe esperaba haber convencido a los isleños y comprar los terrenos suficientes para construir su anhelado Resort. YeoSang en ese entonces no le agradó la idea, y tampoco le agradaba ahora después de ese ruinoso viaje y llegar a un muelle, donde era claro, nadie lo esperaba.
Sinceramente nunca entendió la obcecación de MinGi por ese proyecto. Desde que se lo había comentado, siempre le dio la impresión que era un simple capricho. Una entretención para alguien que el dinero abunda a manos llenas. Algunos millonarios invertían en caballos de carreras, otros en yates, MinGi quería una isla, nada extraño en el excéntrico mundo en el que se movían. El punto es que, una cosa es una entretención, y otra muy distinta el obsesionarse hasta el punto de ir él mismo a la isla cuando podía pagarle a alguien para hacerlo.
MinGi había dicho que quería ver con sus propios ojos el lugar antes de invertir.
YeoSang había rebatido que podía pedir que la fotografiaran y ya.
Por supuesto, MinGi desestimó su comentario alegando que "no era lo mismo", y no hubo poder o argumento en la Tierra que lo hiciera cambiar de parecer.
Y ahora, él estaba metido en esa isla con un maletín al costado, cargando los dichosos contratos de compra y venta, esperando que Song MinGi apareciera con su flamante cabellera rubia para recibir los papeles y terminar con todo eso. Algo que, entre más minutos pasaba ahí, más se daba cuenta que no sucedería.
Suspiró con dientes apretados, la impaciencia y lo molesto de la situación irritándolo.
¿Dónde demonios estaba su jefe?
Ante su evidente ausencia, no pudo más que concluir lo obvio. Se había olvidado.
No le sorprendía, después de todo, por algo él era su mano derecha y asistente. Siempre debía estar atento de la agenda para que su jefe cumpliera con cada una de sus citas. Sin su constante presencia y recordatorio, era claro que MinGi pasaba a olvidar todo aquello.
Especialmente estando en la isla.
Solo esperaba que sus presunciones fueran acertadas y no se tratara de algo peor, como una lesión que le impidiera llegar hasta el muelle.
- No, seguramente lo olvidó – murmuró, rectificando su primera impresión. Sus ojos viajaron una vez más al reloj y decidió que había esperado suficiente. Se movería por sí mismo en búsqueda de su jefe, donde fuera que eso lo llevara.
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Mi Isla, Mis Reglas [YunGi]
Hayran KurguJeong YunHo ama la isla de Bonghwang. La protege como nadie, espantando a cualquiera que quiera dañarla, especialmente aquellos que quieren transformarla en alguna patraña turística. ¿Qué sucederá cuando los aires de progreso lleguen a la isla enfun...