Ocho

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El sonido de la puerta alertó a Enzo de que su mamá había vuelto del almacén y le recordó de sopetón que llevaba por lo menos media hora ignorando los apuntes y fotocopias que tenía repartidos por la mesa. Frunció el ceño aun mirando la pantalla de su celular. El Tiktok de un pibe tratando de hacer jueguitos con unas mandarinas parecía de pronto acusarlo de haber perdido tanto tiempo en ver pelotudeces.

Bloqueó el teléfono así como estaba y lo dejó caer con un poco de agresión en la silla. De una rápida ojeada pudo determinar que no se acordaba ni siquiera por dónde debería estar yendo con el estudio y puteó por lo bajo. Empezó a ordenar los papeles a su alrededor para que tuvieran algún tipo de lógica, con la esperanza de encontrar el cuaderno donde en algún punto de la mañana había estado tomando alguna que otra nota.

–¿Cómo vas con el estudio, hijito? –preguntó su mamá de pasada a la cocina y Enzo sintió que se le ponía colorada la cara de vergüenza.

–Ni me hablés. –Miró la mesa un momento más y se puso en pie antes de que la desesperación lo pasara por encima. Siguió los pasos de su mamá y le abrió la heladera para que pudiera guardar las cosas que traía del almacén.

–¿Muy difícil?

–No me puedo ni concentrar.

–Es porque te distraes con el telefonito. –Enzo recibió la bolsa con frutas tratando de ignorar el tono acusar de su mamá porque sabía que tenía razón–. Ya te dije que lo tenés que dejar en tu habitación así no lo estás agarrando todo el rato.

–Sí, ya sé, ma.

Marta terminó de ordenar las cosas que faltaban y se acercó a darle unas palmaditas cariñosas en la mejillas.

–Yo sé que vos podés. No te desanimes por el profe ese mala onda. –Enzo no tuvo tiempo ni de agradecerle a su mamá por el aliento, ya que tan pronto como terminó de hablar le sonrió y enfiló para su habitación–. Voy a terminar de ver el capítulo de mi novela y después veo qué comemos.

Enzo se rio suavecito y aprovechó para buscar una botella de agua fresca de la heladera antes de regresar a la mesa del comedor. Tomó un trago y se detuvo justo antes de agarrar el teléfono que había quedado abandonado en la silla.

–Dale, forro, te tenés que concentrar por una vez.

–Uuh, ya llegamos al punto que empezás a hablar solo. Estamos al horno.

Su hermano Gonzalo lo miraba con los brazos cruzados y media risa burlona desde el pasillo que conectaba las habitaciones con el resto de la casa. Como única respuesta, Enzo le mostró el dedo medio de la mano y se volteó para intentar encontrar algún tipo de orden entre el quilombo de papeles que todavía había en la mesa. La idea era ignorar a su hermano, pero aun así siguió sus movimientos por el rabillo del ojo hasta que se sentó frente a él en la mesa.

–Dale, mala onda. Te estaba jodiendo. –Enzo se dedicó a apilar las fotocopias de apuntes prestados según cada unidad sin siquiera mirar a su hermano. El otro pareció notar su creciente malestar–. Eh –lo pateó suavemente bajo la mesa y se vio obligado a mirarlo con el ceño fruncido–. ¿Está complicada la cosa?

Enzo sintió que se rompía una de sus últimas barreras y dejó caer los hombros derrotados, abandonando un cuadernillo a medio camino de decidir a qué unidad pertenecía. Gonza lo miraba con ambos ojos abiertos y preocupación sincera por él. Eso lo hizo sentirse un poco peor.

–Pasa que de por sí no doy pie con bola con filosofía. No sé por qué poronga tengo filosofía en Educación Física por empezar. –Su hermano se rio ante su arrebato de bronca y eso bastó para que Enzo sonriera un poco y liberara un poco la presión en su pecho–. Pero es que encima el profesor es un forro. Ya las dos veces anteriores que rendí me la hizo pasar como el culo y me preguntó cosas re rebuscadas. No sé cómo carajos voy a hacer para aprobar.

Se parece a este rayo de sol | julián x enzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora