Once

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La única vez que Enzo se agarró a las piñas en el colegio fue con apenas 10 años. Un compañero que siempre fue y siguió siendo insoportable se pasó casi una semana entera cargándolo por el descenso de River a la B. Cuando el jueves en la clase de música le empezó a patear la silla desde atrás mientras le cantaba bajito alguna canción de Boca, Enzo no se pudo contener más. Se paró tan rápido que la señorita de música no se enteró de lo que estaba pasando hasta que los dos ya estaban tirados en el piso tratando de pegarse para la diversión y susto de sus compañeros.

De toda la secuencia Enzo se acuerda la penitencia de no poder salir a jugar al fútbol con sus amigos, pero sobre todo que después de contarle a la directora su versión de la historia, le dijeron que tenía que aprender a manejar su enojo.

Ojalá de alguna forma la señorita Claudia pudiera verlo en ese momento, masticando bronca de la forma más disimulada que podía mientras el cara rota del presidente del club le explicaba con demasiadas palabras que no le iban a dar continuidad con sus equipos después de dos años. Si le preguntaban a él, que todavía no estuviera rompiendo alguna parte del mobiliario de la oficina era una excelente muestra de lo sorprendentemente bien que podía manejar su enojo.

Los puños de sus manos comenzaban a dolerle de la fuerza que estaba haciendo para mantenerse en su lugar, pero justo cuando consideró hacer el intento por relajarlos, uno de los tipos con un puesto que a Enzo no le importaba volvió a mencionar el tema del equipo de fútbol femenino (que tampoco le iban a dar) y decidió que había tenido suficiente de estos pelotudos.

–Bueno –dijo con la mayor paz que pudo juntar, estampando las palmas de sus manos contra la mesa con un poco más de la fuerza necesaria. Los tres hombres se quedaron mirándolo sorprendidos por la interrupción. Enzo apretó todavía más los labios para ocultar su disgusto–. Ya entendí que no me van a necesitar más este año, no hace falta que se expliquen más. El viernes vengo a buscar el pago de esta quincena y ya no los vuelvo a molestar.

–Bueno, estábamos pensando que la escuela de verano...

–No, muchas gracias. El rol que me dieron este mes lo cumplí por compromiso con el club y con los estudiantes que tengo de mis equipos. Pero si ya no soy más considerado parte de la institución, no voy a estar invirtiendo mi tiempo en esto. Gracias, igualmente.

Se paró apenas terminó de hablar, los hombres del otro lado de la mesa estaban aun evidentemente sorprendidos con su reacción. Contó mentalmente hasta cinco, esperando por cualquier cambio de opinión, pero cuando siguió viendo las mismas caras pasmadas, les dedicó un asentimiento de la cabeza y salió de la oficina con una tranquilidad en su andar que no reflejaba para nada lo que sentía por dentro.

La suerte estuvo de su lado porque no se encontró con ningún alumno mientras salía del club. Estaba bastante seguro de que no podría haber careteado su malestar con nadie, mucho menos con ellos. Pensó que a lo mejor caminar hasta su casa le iba a ayudar a soltar algo de la bronca, pero terminó dándole más tiempo para que el enojo creciera en su interior. No se merecía que le dieran ese trato y que lo echaran de esa forma. Y no les iba a dar el gusto de rogarles para que le siguieran dando cualquier puesto choto para contentarlo. Con todos sus defectos, Enzo sabía que valía mucho más que eso.

Tenía la certeza de que su cara debía ser todo un poema, no tenía ninguna intención de disimular su malestar, y lo comprobó cuando pasó frente a la canchita de la plaza y saludó al pasar a sus hermanos. Los mellis al instante se despidieron de todos y salieron al trote para alcanzarlo.

–Che, loco, esperanos. –Gonza fue el primero en llegar a su lado y lo agarró por el brazo hasta que logró detenerlo. Unos segundos después llegó Rodri.

Se parece a este rayo de sol | julián x enzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora