Veintidós

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El semáforo en rojo le dio la oportunidad a Julián de espiar por el espejo retrovisor la reacción de Maxi y Delfi a la canción de Diego Torres que acababa de empezar. Él apenas tenía algún recuerdo de escucharla cuando su mamá ponía música mientras hacía la limpieza los fines de semana, así que no le habría parecido raro que ellos ni siquiera la conozcan. Enzo, por su lado, había arrancado a cantar desde la primera nota sin una gota de vergüenza.

–Ya le dije a este que si la educación física no le funciona, puede dedicarse a la música. ¿Ustedes qué piensan? –preguntó Juli girando apenas el rostro mientras ponía el auto en marcha.

La risa de los tres fue un excelente premio a su chiste, y el pequeño golpe que Enzo le propinó en el hombro expandió aún más la sonrisa en su rostro.

–Mirá, no te hagas el chistoso que acá el único que sabe donde queda la casa de Sergio soy yo –lo amenazó burlonamente mostrándole el celular con la ruta de Google Maps.

Juli chasqueó la lengua.

–Maxi puede sacar la ubicación del grupo del equipo, no te hagas el importante. –De refilón en el espejo retrovisor pudo ver la expresión de susto de Máximo, como si Enzo fuera a ofenderse por su comentario.

–No te conviene, Juli –comentó Delfina, sorprendiendo un poco al jugador de fútbol ya que la chica había estado mayormente callada–. Maxi se desorienta re fácil con los mapas, pero yo te hago el aguante si hace falta –agregó con cierto tono desafiante.

Julián miró a Enzo con suficiencia, como si hubiera ganado algún debate importantísimo, y después de un breve momento de silencio, su amigo soltó risa encantado con la situación.

Desde ese momento, la charla entre los cuatro se hizo mucho más sencilla y empezó a fluir de un tema a otro libremente. Juli no podía ocultar la sonrisa que se le formaba al escuchar a sus tres acompañantes de viaje charlar como si fueran un grupo de amigos consolidado.

–Che, ¿seguro que tengo que seguir por acá todavía? Vamos a terminar en Liverpool a este paso.

–Qué desconfiado, estamos perfecto. Ya te voy a decir cuando haya que doblar. –Enzo le dio un golpecito en la rodilla y señaló con el mentón el frente del auto–. Verde, Ju.

–No soy desconfiado, solo pregunto por lo que estás tan de tertulia con los chicos –se explicó exagerando el tono de queja para que Enzo supiera que no era una crítica en serio.

–Juli sabés perfectamente que puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo. Y hablando, anda tirándote al lado derecho que vamos a tener que girar para allá.

–Ah viste que había algo que me tenías que decir.

Aun sin verlo Juli sabía perfectamente que Enzo estaba poniendo los ojos en blanco, y si lo apuraban, hasta podría apostar que se estaba mordiendo el labio inferior para intentar contener la sonrisa.

La risita de los pasajeros en el asiento trasero les llamó la atención. Enzo se giró casi completamente en el asiento para mirarlos bien.

–¿Se puede saber de qué se ríen ustedes, señoritos? –le preguntó con su mejor tono de profesor que a Juli lo divertía y enternecía en partes iguales.

–Perdón, es que me hicieron acordar a mis viejos en las vacaciones –explicó Delfina simplemente.

Las palabras tardaron un momento en calar, pero cuando Juli comprendió la comparación, apretó un poco las manos alrededor del volante.

Su primer reflejo fue corregir a Delfina, aclarar que si ella lo decía porque los veía como pareja estaba equivocada. Abrió un poco la boca, buscando las primera palabras, pero un pensamiento nuevo lo obligó a cerrarla sin decir nada.

Se parece a este rayo de sol | julián x enzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora