3. Primer Dia En La Resistencia

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Miguel Angel trataba de no alardear cuando le asignaban cocinar la cena, pero con tan escasos recursos lograba hacer milagros. Lo pudo notar por el sonriente rostro de la pequeña quién masticaba sin parar esas coles de bruselas bañadas en salsa natural de tomate.

--- ¿Bastante buenas, eh? - se giró a ella para acercarle un último plato. Era su tercero. Para su mala suerte en un día la única cantidad que podían ofrecerle a una persona de comida eran tres platos pequeños, y en la cena ella se terminó sus primeros tres. Era justo, no había comido quién sabe hace cuánto.

--- Hmmm, es lo mejor que he probado en meses. - masticaba con la boca llena. Se avergonzó un poco cuando vio al mutante reírse. --- Gracias. - agachó la cabeza.

--- No lo digas con vergüenza, pequeña, es un gusto. - levantaba los platos vacíos. - después de todo, entre sobrevivientes debemos ayudarnos. No estamos para dividirnos como seres vivos.

La niña sabía que hablaba de lo sucedido hace rato con su hermano.

--- Lo lamento.

--- Parece que a diferencia de tu hermano a ti no parece molestarte estar aquí. - regresó y se sentó en el tronco frente a ella.

--- Pues...creo que es mejor que estar allá en el campo. Pero tampoco confío por completo en ustedes...mi hermano siempre me dice que no hable con desconocidos. Pero en el campo no nos veíamos muchi entre prisioneros. Solo- iba a continuar hablando pero al ver la mirada preocupada de la tortuga decidió callarse.

--- Es justo. No imaginas cuántas familias han dicho lo mismo. Pero han vuelto a ser lo que eran y mucho más. Es algo de lo que nos enorgullecemos.

--- Iré a buscar a mi hermano. Nos vemos. - se levantó y caminó en búsqueda de este.

--- Claro, cuando quieran descansar, Rafa les armó su carpa. Tienen la número sesenta y dos. Hasta el fondo.

--- Bien. - se retiró.

Su hermano recién salía de la tienda del líder de la resistencia con el ceño fruncido. Respiraba molesto mientras se pasaba las manos por la parte trasera del cuello.

--- Hola, Yui. ¿Todo está bien? - lo alcanzó y preguntó media vez llegó a su lado.

Solo asintió para dedicarle una leve sonrisa. --- Vamos. - le dió unas palmadas en los hombros y la encaminó hacia la tienda que le mencionaron ir. A medida que pasaban por el camino de tierra veían con detenimiento como cada familia apagaba sus fogatas, se abrazaban, se acomodaban y se quedaban dormidas. Era una sensación de calma inquietantemente cómoda. No estaban acostumbrados a eso. Una vez quedaron frente a frente de la carpa, la vieron y comenzaron a revisar que no hubieran peligros cerca de esta, algún elemento afilado o cosas sospechosas, era su rutina diaria.

--- Supongo que está...sospechosamente bien. Entra, ya te alcanzo. Iré a dar una última vuelta para ver que estemos bien. - la pequeña sonrió con algo de inconformidad pero así lo hizo. Un bostezo y unos estiramientos después quedó plácidamente dormida. No era mucho, pero era mejor que dormir en un trozo de hierro frío y oxidado. El mayor sonrió con algo de suavidad en su rostro, ver a su pequeña hermana siempre lo enternecida. Era su pequeño mundo.

Suspiró y decidió caminar por la guarida. Y sí, ya había percibido que cierta mirada estaba sobre él, cruzaron miradas por un milisegundo, pero decidió ignorarla cuando pasó justo frente a su tienda, la tortuga negó mientras suspiraba y entraba de nuevo a su tienda para descansar. Media vez el conejo logró llegar a la puerta gigante de metal, comenzó a examinarla en silencio, todo se veía muy moderno aún con los escasos recursos que quedaban por el área. Un reconocimiento fácil y dactilar. ¿Cómo rayos adivinaría el truco de esas piezas para manipularlas en alguna emergencia?

En la guerra no hay amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora