AMORES QUE MATAN 1.2

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El ambiente en aquel vehículo distaba muchísimo del que habían compartido pretéritamente. El silencio ahora hacía acto de presencia y amenazaba con no marcharse pronto. Solo se escuchaban los débiles sollozos de la rubia mujer que ocupaba el asiento de copiloto.

Todavía resonaban en su mente las palabras dichas por aquel periodista en la première de una obra de Benjamín.

Flashback

—Lucía, Benjamín, un momento por favor para Canal 9—, saludó la reportera amablemente.

Luego de felicitarlos por el excelente trabajo y la química que habían generado en los dos últimos videoclips del dúo argentino. Pasaron a hablar de futuros proyectos para ambos y demás. Pero, la pedrada llegó a ellos cuando al finalizar le preguntaron por Joaquín

—Lucía, hay rumores de que Joaquín, tu hermano y socio está grave en el hospital, ¿qué puedes decirnos al respecto?

El corazón de la rubia mujer se detuvo por una fracción de segundo para luego empezar a galopar a paso frenético.

—Perdón, n-no sé de qué estás hablando—, carraspeó intentando desaparecer el nudo que amenazaba con formarse en su garganta. —Mi hermano está bien, no lo hemos visto últimamente porque está de vacaciones, con su familia. Pero él está bien, muy bien. Sucede que normalmente él aprovecha las vacaciones para hacerse unos chequeos médicos regulares, entonces puede ser que por eso lo hayan visto por el hospital.

Fin de Flashback

Sin embargo, aquella duda no salió de ella, por el contrario, se agudizó tanto por lo que, en medio del evento localizó nuevamente a aquella reportera y le preguntó acerca de sus sospechas y esta le contó a detalle todo lo que su rumoraba, incluidas las visitas constantes y regulares de Viviana y Francisco al nosocomio.

Así que, ahí iba ella, ahogándose en un mar de incertidumbre camino al hospital que le habían referido para de una vez por todas, salir de dudas.

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—¿Sabes viejo? Ahora que estoy al frente de la productora comprendo lo cansado que puede ser el tener tantas responsabilidades. Es impresionante ¿verdad? —, comentó con sentimientos encontrados su nueva experiencia. —Nunca me había puesto a pensar en lo pesado y difícil que podía ser el que tu palabra sea la que defina una situación. Creo que nunca valoré el hecho de que, a pesar del trajín del trabajo siempre llegaras a casa de buen humor y tuvieras tiempo para mí—, tragó grueso para retener todo lo que se agolpaba en su garganta sin su permiso. —No sé en verdad cómo haces para no volverte loco con tantas cosas, eres realmente el alma de Pimpinela, el que compone, el que produce, el que dirige, el que organiza. Jamás te lo dije papá, pero te admiro mucho, has sido mi inspiración en este último tiempo, te amo tanto papá... —sonrió con aquella sonrisa de medio lado tan coqueto como su padre, —no sabes cómo me gustaría que estuvieras aquí, que me aconsejaras y me apoyaras, como quisiera compartir todo esto contigo, no es nada fácil sentirte aquí, físicamente tan cerca y a la vez tan lejos, es como si nos estuvieses castigando por no haber sabido valorarte, por haber sido tan injustos contigo... —murmuró sin poder evitarlo. —Pero claro que tú jamás lo harías, hasta suena estúpido—, señaló con una nueva sonrisa. —Ayer me acordaba de esa vez que me invitaste a ayudarte a componer un tema, tenía doce años y yo inventaba palabras al azar solo para molestarte—, rio ante el recuerdo. —Entonces con toda la paciencia del caso me explicaste que componer es un arte, que no es solamente armar frases y ya, es ponerles palabras a las emociones, y luego me mostraste con el ejemplo cómo se hacía. Recuerdo que a partir de ese momento tú y yo nos encerrábamos por horas a crear canciones mientras mamá renegaba porque siempre la dejábamos esperando con la cena servida y luego le tocaba calentarla de nuevo para que podamos comer. Decía que con los hombres de la familia no se podía, que tú y yo comprábamos boletos sin retorno y en primera clase para viajar a Joaquilandia—, murmuró con una sonrisa triste, pero no pudo detener las lágrimas que se le escaparon durante el relato. Parpadeó para evitar que siguieran cayendo, necesitaba mantenerse fuerte, por él, nada más que por él. Ahora solo eran ellos dos en aquella ecuación. —Te extraño tanto papá, no te imaginas cuánto—, admitió mientras besaba su mano y se acomodaba junto a su cuerpo. Francisco, logró acomodar su poco más de metro ochenta junto al cuerpo de su padre como si fuese un gusanillo y observó hacia el techo perdiendo la mirada allí, en el blanco y la nada. —No sabes cuanto me arrepiento de no haber aprovechado más de ti, de tu compañía... Me siento tan tonto al recordar todas aquellas veces que inventé algún pretexto para no ir a nuestra casa de Santa Bárbara. Te extraño más que nunca, más que siempre—, musitó mientras deslizaba sus lágrimas con aquel pañuelo gris de finas rayas blancas que su padre solía usar y que ahora se había vuelto su favorito. —Necesito tanto tus consejos, de tus abrazos, de tu orientación—, admitió perdido entre los acontecimientos que tenían lugar en su nueva vida, no quería reconocerlo, pero, a sus 33 años tenía temor de perder a su padre para siempre. —Pero no nos pondremos tristes ¿eh?, hoy no. Sé que estarías orgulloso de saber todo lo que se resolvió hoy en la productora, tú no te preocupes, cuando tú quieras, yo sé que despertarás como nuevo, e iremos a jugar fútbol o golf los fines de semana, o tocaremos la guitarra o el piano, o simplemente tomaremos una copa de vino y disfrutaremos de la paz que nos regala el estar juntos—, musitó con esa esperanza que nadie parecía perder, dispuesto a acompañarlo un par de horas más, hasta que llegara el tiempo para marcharse a la sala de espera.







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