MURCIA: 40 AÑOS DE MÚSICA, AMOR Y COPAS DE VINO

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El auditorio Víctor Villegas de la ciudad de Murcia temblaba al ritmo de las canciones de Pimpinela, faltaban muy pocos acordes para que todo terminara. La gente estaba por demás emocionada por tan impecable actuación, y es que esa era la característica principal de ellos, brindar siempre un espectáculo de calidad.

Las manecillas del reloj avanzaban al mismo compás que se movían los bailarines, hasta que, llegado el minuto cero se escuchó el tan esperado.

—«Chao»

Palabra que no solo daba por concluido aquel concierto, sino que también ponía un broche de oro a lo que había sido la gira del 40 aniversario del dúo, gira que se había extendido por poco más de dos años y que los había llevado a visitar muchos países alrededor del mundo, reencontrándolos con un público que los amaba muchísimo.

La gente se deshizo en aplausos, claro está, no pensaban dejarlos marchar tan pronto. Fue así que la pregunta de rigor resonó entre esas cuatro paredes.

—«Entonces, ¿qué quieren? ¿con pelea o sin pelea?»

La respuesta era clásica, con pelea. Fue así como los acordes de «Una estúpida más» iniciaron, marcando ahora sí lo que sería el final de ese concierto y de toda una gira que había tenido ya dos años y meses de duración.

Algunos minutos después, luego de recibir y agradecer los aplausos que recibieron, ambos abandonaron el escenario como acostumbraban, uno por la derecha y el otro por la izquierda tan solo para volver a unirse detrás del escenario y, en esta ocasión en particular, fundirse en el más sincero de los abrazos.

A los dos les parecía mentira que hacía tan solo escasos segundos hubiera concluido esa etapa de sus carreras musicales, era como si fuera un sueño.

—Gracias por todo, mi amor—, susurró entre lágrimas la rubia mujer mientras se aferraba con fuerzas a ese firme pecho que desde siempre la había cobijado.

—Gracias a ti por estos hermosos cuarenta años juntos, gracias por adornar mis composiciones con tu melodiosa voz. 

—Te amo—, confesó depositando un tímido beso en su pecho. Sabían que no estaban solos, era cuestión de tiempo para que los músicos, bailarines y demás empezaran el tan conocido ir y venir mientras desmontaban la escenografía.

Se separaron muy a regañadientes y decidieron enrumbarse hacia el área de los camerinos para cambiarse de ropa y ponerse algo más cómodo.

Casi cuarenta minutos después, ambos deambulaban por los pasillos en busca de aquellos fans que anhelaban cumplir su sueño de conocerlos, y ellos apreciaban y agradecían mucho esas demostraciones de amor y siempre procuraban retribuirlas de la misma manera.

En esta ocasión era Lucía la que interactuaba con la gente, mientras un hermoso caballero, de ojos tan oscuros como atardecer otoñal la observaba con verdadero amor y devoción. Ella era la mujer de su vida, su verdadero amor, y aunque aún le dolía no poder gritarlo a los cuatro vientos como tanto soñaba, se conformaba con «gritárselo» a su corazón, borrando cualquier duda que ella pudiera sentir, creando para ella esa atmósfera llena de paz y de amor que necesitaba para ser feliz.

—¿Ya nos vamos? —, preguntó ella con esa hermosa sonrisa que tanto calentaba el alma de él.

—Sí, creo que los chicos ya se desocuparon también.

Giraron sobre sus talones y regresaron al área de los camerinos, la rubia iba fantaseando con que al llegar al hotel llenaría la bañera de agua tibia, echaría sus sales minerales y se sumergiría por horas allí para relajarse. Lejos estaba ella de imaginar lo que su «toro», como ella solía llamarlo en la intimidad había preparado como despedida de aquella etapa de sus vidas.

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