AMOR EN LONDRES 1.2

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La rubia sintió su piel erizarse una vez que en sus oídos resonó aquella grave voz, sintió su corazón bombear velozmente, como si hubiera emprendido una cabalgata desbocada, y es que de todos los escenarios que su mente le sugería ninguno le hacía sentido, ella estaba en España y él... pues él se había quedado en Buenos Aires.

Era más que obvio que lo extrañaba, su mente, su alma y su piel lo reclamaban constantemente. No en vano intentaba hablarle a diario por videollamada o, si el tiempo estaba en contra, al menos intercambiar mensajes esporádicos, pero ambos se esforzaban porque no concluyera el día sin al menos tener noticias del otro, sea por mensaje, por notas de voz o por fotos, como esa de Toby que le habían enviado el otro día, y que, por cierto, no la había compartido, quizá más adelante lo haría para alegrar a sus fans.

Cerró sus ojos, como intentando tranquilizarse. No quería sugestionarse, pero, a lo mejor la presión que se había autoimpuesto para recuperarse lo antes posible ya le estaba generando alucinaciones.

Contó hasta tres y entonces, lentamente, empezó a girar sobre sus talones tan solo para convencerse de que todo se trataba de un capricho de su imaginación. Sin embargo, tan pronto quedó de frente al lugar de dónde la voz provenía, sus ojos se abrieron como luna llena, su respiración se entrecortó, y su piel se volvió a erizar.

Y es que una cosa era fantasear con que al abrir la puerta él estuviera dentro de la habitación, esperando por ella, pero otra muy distinta era corroborarlo.

—Estas semanas en España le han sentado muy bien, señora Galán—, ronroneó él, al tiempo que recorría sin pudor sus curvas con esa mirada lobuna tan característica de la intimidad de ellos.

—¡Joa! —, susurró ella, de pronto la voz parecía habérsele entrecortado y sus pardos ojos se nublaron a causa de las lágrimas

—¿Me has extrañado? —, musitó una vez la rubia se refugió en sus brazos, e inhalaba con fuerza, como si quisiera convencerse de que en realidad él estaba allí, con ella, en Madrid, en su habitación.

—Demasiado—, confesó en un susurro, como si no quisiera que nadie más la escuchara.

Ambos sintieron sus cuerpos reaccionar al contacto, sus pieles se habían reconocido. Ella esbozó una sonrisa al sentir como, de forma deliberada, él deslizó la palma de su mano hacia su trasero, apretando su cadera contra la de él.

—Me alegra saberlo, porque yo también te he extrañado, mucho—, gimió al tiempo que afianzaba el agarre de su mano en sus curvas, apretándola contra su dura longitud una vez elevó su trasero hacia la posición correcta para que su sexo estuviera al mismo nivel con su erección, robándole un suspiro a la rubia. —Me estaba muriendo por estar así, contigo—, susurró él sobre sus labios, había sentido la necesidad de reflejarse en sus pardos ojos, esos que lo estaban mirando con una mezcla de sorpresa e ilusión. —Muriendo—, ella no tuvo la oportunidad de responderle pues él la haló hacia su cuerpo y su boca reclamó la suya un instante después. Joaquín no halló resistencia, por el contrario, los labios suaves y dóciles de su mujer lo recibieron y se rindieron ante su ataque, abriéndose más para brindarle acceso ilimitado, permitiéndoles tomar lo que él quisiera.

El primer movimiento de su lengua contra la de ella, envió toda la sangre que circulaba por sus venas a su masculinidad, avivándola. El segundo le robó los latidos a su corazón, y el tercero... el tercero le robó el aliento. Él la estaba marcando como suya a través de ese beso, aquel era el beso más exigente que jamás había compartido con ella.

Y es que desde que se enfrentó cara a cara a la posibilidad de perderla, él decidió cambiar por amor a ella, empezó a volverse más expresivo, más cariñoso, ya no temía mostrar su amor por ella siempre que le fuera permitido, y eso a ella la había hecho florecer.

PIMPI SHOTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora