El pacto de una diosa

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El hedor de la sangre estaba por todos lados, incluso entre sus dientes. Tamlin se apartó del cuerpo, tratando de no relamerse mucho los labios. Sacudió la cabeza, como si con eso pudiera despejarse de la nube que amenazaba con quitarle el poco raciocinio que le quedaba, intentando volver a tener los sentidos en su lugar. La naga era muy malas noticias, y, esperaba (rogaba a la Madre), que la sensación de que las cosas iban a estar peor fuera una paranoia suya. Nada más que un fantasma del pasado que no tenía nada que ver.

Estaba dando media vuelta, dispuesto a regresar a la Mansión, cuando le pareció sentir un grito a lo lejos. Hubo un tirón en sus entrañas que casi le arrancó el aire de los pulmones, y luego una especie de grito ahogado en su cabeza. «¿Norrine?», pensó e inmediatamente se internó en el bosque. Sus ojos escrutaban cada tronco, cada sitio donde podría aparecer ella. El corazón se le encogía con cada instante que pasaba. Abrió la boca, intentando captar mejor los olores.

Un grito, agudo. A la derecha.

Corrió, saltó troncos, estiró sus patas cuanto podía. Iba a llegar, tenía que llegar. Que lo hirvieran en el Caldero si no iba a estar allí en cualquier instante.

No pensó mucho cuando se encontró con tres nagas más, casi encima de Norrine. Una furia descontrolada se hizo presente en él, sacando fuerzas de todo su cuerpo. Rugió y se abalanzó sobre la más cercana, arrancando su cabeza de un mordisco. Las otras dos se voltearon en su dirección, cortando el aire con sus lenguas. Gruñó, erizando los pelos de su lomo, enseñando los dientes y las garras.

—No deberían estar aquí —logró decir.

—Tampoco la humana —siseó una, enseñando las garras y sus ojos fijos en él—. Sin embargo, aquí estamos.

Ambas se abalanzaron sobre él, con las bocas abiertas, dispuestas a hacerle lo mismo que él había hecho con la otra. No se molestó en intentar hablar, tampoco era probable que pudiera, simplemente esperó a que estuvieran sobre él. Sus dientes se cerraban en el aire por poco, arañaba. Giró, sobre sí mismo, esquivando una garra que iba hacia él. Notaba algunos cortes que le daban, pero se aseguraba de darles tres veces más en respuesta. Una se detuvo en medio de un salto. Había un palo emplumado que salía por el cuello. La otra siguió, chillando y siseando como condenada.

En cuanto logró mantener a la última contra el suelo, no dudó ni un segundo. Aquella criatura se había atrevido a atacar a Norrine. Consumido por la sensación, arrancó cuanta carne había, dejando un inmenso charco rojo a su alrededor. El sabor de la sangre se abrió paso por su boca. Jadeaba, le temblaban todos los músculos, cómo el dolor empezaba a aparecer en su cuerpo. Pero todo había acabado, ¿no? Todavía sentía los restos de aquella furia mortal, mayor a la que había sentido con el asesinato de sus padres y hermanos. Miró a Norrine, quien mantenía una flecha cargada en su arco. Sus ojos canela llenos de terror, apuntándole. Le sorprendió que no le estuviera temblando el pulso.

—Puedes bajar el arma —dijo, intentando alisar el pelo de su lomo, disipar la niebla de su cabeza. Ella se quedó un momento más con el arco tenso antes de dejar salir un sollozo que le hizo temblar el labio y sacar las lágrimas que tenía retenidas. Verla así, cayendo sobre sus rodillas y mirando al suelo, terminó por hacer que el enojo se fuera por completo, dejando una sensación arrasadora de querer envolverla en sus brazos, estrecharla contra su pecho y besar su cabeza. Caminó hasta donde estaba, ignorando el gusto de la sangre que tenía en la boca, tocando con el hocico el costado de ella, dejando salir un suspiro cuando sus brazos rodearon su cuello, ocultando el rostro en su hombro—. Ya está, tranquila. Estoy aquí.

Un gimoteo se escapó de su garganta al notar que el llanto seguía, anudando su corazón como si fuera un lazo. No por primera vez, sintió el odio más puro hacia Amarantha, a toda la locura que se le había metido en la cabeza por lo que era una vieja riña. O un capricho, dependiendo cómo lo pensara. Qué no hubiera dado por estar en su forma real, por tener la libertad de ser algo más que un simple animal que lo único que podía hacer era cerrar los ojos, ignorando a los otros dos que contemplaban la escena a la distancia.

Una Guerra de Rosas y Espadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora