Promesas y regaños

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Azriel no sabía qué decir ni cómo actuar. Había estado seguro, en control de cualquier peligro que pudiera atentar contra Rhysand, hasta que sus sombras habían empezado a enloquecer. La conversación con el Príncipe había empezado sin complicaciones, con la pareja mirándolos sin dejar salir ninguna emoción de sus rasgos, ni siquiera sus hombros o músculos parecían decir algo. Una parte de sí quería relajarse también, dejar que El caos se había desatado con Rhysand saliendo de la habitación, y lo siguiente que supo es que su hermano y Señor estaba con Feyre agonizando en sus brazos, rodeado por una elfa que olía a hielo y la Sacerdotisa que había visto antes.

No lo había visto tan pálido desde que había regresado de la Corte Primavera, envuelto en una oscuridad absoluta. Sus pies lo habían seguido cuando levantó a la hembra en brazos, mirándola con ojos distantes, ajeno al mundo que lo rodeaba. La Sacerdotisa los acompañó en silencio, revisando una vez más a Feyre en el momento en el que Rhysand la acomodó en una cama, diciendo que en unas pocas horas seguramente despertaría. Con eso, los dejó a solas.

Azriel se acomodó en la esquina, sintiendo que sus sombras iban y venían constantemente, tarareando todo lo que podían encontrar. No apartaba la vista de su hermano, quien parecía estar al borde de estallar, sus ojos pegados a la hembra que dormía a su lado, cada vez menos pálida. Ninguno había dicho ni una palabra, pese a que debían hacerlo.

Sus puños se abrían y cerraban, odiando la sensación de que alguien había encontrado una forma de aventajarlo en su propia experticia. Había sido tan obvia la relación entre Feyre y el Príncipe Bernard, lo podía ver en el brillo de sus ojos, esa manera en la que ambos contemplaban todo como si estuvieran llevando a la presa a su trampa. Los sellos de las casas eran parecidos, estos eran fuertes, pero los de la Corte de la Noche vibraban de tal manera cuando se acercaba que varias veces se había sentido al borde de vomitar.

La Sacerdotisa se acerca.

Está preocupada.

No tiene la misma piedra que las otras.

Poco después escuchó los pasos que se acercaban a la puerta y luego se abría. Para su sorpresa, la Sacerdotisa le dedicó una sonrisa amable antes de dirigirse una vez más hacia Feyre. Sabía que probablemente lo recordaba de aquel ataque al Sangravah, porque él lo hacía. Marcas turquesas brillaban sobre su piel, formando patrones de humo a lo largo de su piel. Su cabello rojo estaba atado en una trenza que caía sobre su hombro, la cabeza cubierta por la capucha de su túnica.

—Parece que ya está estable —dijo, sentándose a la altura de la cadera de Feyre luego de revisarla.

—¿Qué tenía dentro?

La Sacerdotisa, Gwyneth, como le susurraron sus sombras, pareció dudar un momento antes de dirigir su mirada a cualquier parte menos a Rhsyand. Azriel estaba considerando el tener que actuar como el matón de turno; una mirada de soslayo de parte de su hermano bastó para volver a apoyar la espalda contra la pared, contemplando todo en silencio.

—Faebana —susurró ella, había un tono de culpa en su voz, así como una nota de preocupación. Azriel pasó sus ojos a Feyre, en cómo parecía estar durmiendo profundamente, nada quedaban de los espasmos de dolor anteriores—. A este paso, va a desarrollar inmunidad a cualquier clase de veneno —añadió, ofreciendo una sonrisa tensa, pero no hizo el efecto que probablemente estaba esperando. Rhysand tenía una expresión compuesta, pero Azriel podía ver la ligera apertura extra de sus ojos, notó el miedo y todas las emociones que probablemente la Sacerdotisa no captaría.

—¿Inmunidad? —murmuró.

Una sonrisa algo decaída apareció en los labios de la hembra, quien se encogió de hombros con un suave suspiro y se puso de pie al mismo tiempo que hablaba.

Una Guerra de Rosas y Espadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora