Lo que callan las estrellas

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El ambiente seguía siendo tenso al día siguiente. Lucien, para sorpresa de todos, fue quien se atrevió a sugerir un paseo, salir de la Mansión por un tiempo. Tamlin decidió que irían al Lago Estrellas. Feyre se sumó a la propuesta casi de inmediato, con más entusiasmo de lo que uno pensaría creíble. Norrine, quien todavía tenía rastros de sueño, tardó más tiempo en responder que también quería ir. Desconocía qué pasaba por las cabezas de todos ellos, pero los que peor parecían estar eran los dos machos; Tamlin tenía una expresión sombría (tan sombría como podía ser una cara de lobo), y Lucien parecía estar a punto de encerrarse en algún sitio y no salir hasta que las enredaderas su hubieran apoderado de todo.

Unos sirvientes ensillaron los caballos y Alis les acercó una pequeña canasta que Feyre tomó con una sonrisa de agradecimiento.

—¿Por qué le dicen Lago Estrellas, en plural? —preguntó Norrine cuando se encontraban yendo hacia allí, ya sin rastros de sueño. Feyre se encogió de hombros, sintiendo que la curiosidad empezaba a surgir también en ella. Tamlin, quien iba al frente junto con Lucien, les dijo que era porque tenía magia relacionada con las estrellas, las cuales podían verse incluso a plena luz del día o en una noche cerrada. La emoción que invadió a Feyre ante lo último fue casi imposible de ocultar, una alegría nostálgica, como si el tiempo estuviera a punto de regresar a épocas más felices, más tranquilas.

Observó los alrededores, queriendo detallar todos y cada uno de los rincones, todo lo que le permitiera ir por su cuenta más tarde. Iban por el conocido camino que llevaba a la Aldea, hasta que Lucien señaló hacia la izquierda, adentrándose en el bosque, más cerrado, donde la luz apenas atravesaba las hojas. Feyre supuso que era producto del tiempo que había pasado lejos de los territorios de la Corte de la Noche, pero el camino le resultó tan nostálgico como la idea del lago. Inhaló hondo, encontrándose con el olor a arces y sol que caracterizaba a la primavera, en lugar del aroma a pino y nieve que solía encontrar allí.

El lago se encontraba en medio de un inmenso claro, un gran espejo donde ninguna brisa alteraba su aspecto. Las aguas eran de un azul profundo, casi negro, puntos blancos bailaban en la superficie, como si cayeran gotas de una lluvia que no había. Feyre se sintió hipnotizada de inmediato, como si una cuerda tirara de ella, llamándola a su hogar. Quizás podría ver el pico de Ramiel, con Arktosian, Oristian y Carynthian brillando tenuemente sobre él. Lamentaba no estar para verlas resplandecer durante esa semana, pero sabía mejor que nadie que ella no debía estar en los territorios illyrianos, a menos que quisiera participar en el Rito de Sangre. Sacudió la cabeza, volviendo a centrarse en el lago y bajó del caballo. Caminó hasta la orilla, sintiéndose de nuevo como una niña. Una ligera punzada de nostalgia le recorrió el pecho. Definitivamente no estaban las tres estrellas sagradas, ni ninguna constelación que ella conociera, pero seguía siendo agradable de ver.

—¿Sintiendo el llamado de tu hábitat natural? —preguntó Lucien, apareciendo de repente a su lado. Había una sonrisa burlesca en sus labios, a lo que Feyre rodó los ojos. Echó una mirada a los alrededores, viendo cómo Tamlin y Norrine se lanzaban al agua, apenas perturbando su superficie, chapoteando como si fueran niños, y volvió a centrarse en Lucien.

—Me crie en cualquier sitio menos en la Corte de la Noche —replicó, intentando no sonar tan a la defensiva como se sentía. Él esbozó una sonrisa de medio lado—. A mis hermanas y a mí nos encantaba, solía pedirles a mis padres que fuéramos allí para mi cumpleaños. —Frunció el ceño, recordando mejor algunas de aquellas visitas—. En realidad, a mi hermana mayor, Nesta, y a mí nos gustaba ir. Mi otra hermana prefería mil veces las Cortes Estacionales.

Sonrió para sí, regresando la vista al lago, reviviendo esas épocas. Lucien no dijo nada por un buen rato, como si estuviera intentando comprender sus palabras. Una carcajada de Tamlin hizo que ambos giraran para ver a la pareja que la pasaba en grande. Feyre se permitió esbozar una sonrisa, dejar caer por un momento la fachada y simplemente verlos con cariño; dejar que ese momento de ignorancia, donde el mundo parecía ser como antes, se extendiera, engañándola. Cuando Lucien habló fue casi un susurro:

Una Guerra de Rosas y Espadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora