Partidas y cicatrices

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Elain se tomó un momento para acomodarse la capa y ver su reflejo por última vez, sintiendo que el corazón estaba al borde de empezar a correr. Tenía que ser rápida, cortante. Feyre había dejado el Veritas con Nesta, por lo que le había dicho en un mensaje rápido. Había pasado antes a buscar aquel antiguo artefacto del cuarto de su hermana y ahora le tocaba seguir con su parte. Respiró hondo, envolviendo la esfera de cristal en una bolsa de cuero llena de runas, bien sujeta entre sus garras, saliendo de la Mansión con un batir de alas. Voló por encima del Muro, bajando en picada en el bosque del lado humano, lejos de cualquier posible avistamiento de los mortales, y caminó hasta lo de Graysen por el camino, como si viniera desde la villa Archeron.

Al igual que la otra vez, sentía el tirón de la magia hacia Prythian. Y estaba segura de que sus hilos empezaban a adquirir un color ligeramente amarillento.

Graysen la esperaba en la puerta, con los ojos brillantes de emoción al verla llegar. Elain forzó una sonrisa al saludar, siguiéndolo con una al salón que había usado la primera vez, respondiendo vagamente a la conversación que estaban teniendo. Sus manos se cerraban con fuerza sobre el cuero, el cual había llamado ligeramente la atención de Graysen. «No debería notar nada», se repetía una y otra vez hasta que quedó a solas, con la puerta cerrada a sus espaldas. Recién cuando hubo un ligero clic de la manija, volvió a sentir aquella magia que le hacía cosquillas sobre su piel. Hubo un chasquido y aparecieron las mismas Reinas de antes, con sus rostros serios. Sentía las manos ligeramente sudorosas, pero se aseguró de mantener la compostura al sentarse donde le correspondía, poniendo su mejor expresión.

—Traigo algo que podría demostrarles cuánto aprecio la confianza que podemos tener entre los dos mundos —dijo, mirándolas una a una, como si quisiera asegurarse de que estaba haciendo lo correcto. Hubo un momento en el que todo se cubrió como de un manto oscuro. Parpadeó, apartando la imagen de una mano que salía de un montón de agua anormalmente quieta, queriendo agarrar unas cadenas. Las cinco reinas se reclinaron hacia ella, interesadas y pidiéndole que prosiguiera. Se aclaró la garganta mientras subía la bolsa de cuero a la mesa—. Prythian tiene muchas maravillas que ofrecer, y hay sitios que son imposibles de encontrar —comenzó, quitando poco a poco la tela que cubría al Veritas—. Dicen que los sueños provienen de las estrellas, y estas han bajado a la tierra para construir a Velaris, la Ciudad de los Sueños.

Su voz sonaba lejana incluso para sus oídos, como si algo más estuviera controlando sus labios y lengua. Movía las manos sobre la superficie de cristal, como ordenando el humo que había dentro, tejiendo la imagen de la ciudad.

Las cinco Reinas miraron al interior de la esfera, por un momento antes de intercambiar una mirada que dejó con una sensación de inquietud en su estómago. Antes de que pudiera usar alguno de sus trucos, engatusarlas, habló la más vieja de todas.

—Sinceramente, fae, esperábamos algo mucho más valioso que una simple ciudad —empezó y Elain tuvo que respirar hondo para no empezar a decirle que no era cualquier ciudad—. Si esto es todo lo que tiene Prythian para creerse tan altaneros como para creer que formaríamos una alianza...

—Se hacen llamar sabios —se mofó una de las más jóvenes.

—Sus altezas, si me permiten... —intentó decir.

—Tu tiempo se ha acabado, fae —la cortó la que vestía de negro—. Márchate y deja de perder tu tiempo.

"Y el nuestro", pareció querer añadir.

Elain guardó el Veritas antes de plantar ambas manos sobre la mesa, sintiendo que su interior ardía y una sed de sangre que no había sentido en años la consumía. Su vista alternaba entre ver las costuras, cada hilo que podría crear, y una visión normal, donde había gente viva, donde no había pieles que ella tendría que unir.

Una Guerra de Rosas y Espadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora