Cantor de Sombras

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El cansancio y el malhumor estaban empeorando poco a poco y sabía muy bien que estaba haciendo un pésimo esfuerzo para controlarlo. Cerró los ojos, sintiendo que todo su cuerpo se sacudía ligeramente, las semillas de amarra eran casi inocuas, podía notarlo en los dedos que abría y cerraba, en las muescas cada vez más bruscas que hacía sobre la madera, así fuera sencillamente para emparejar. Se dejó caer contra el respaldo de la silla, como si así pudiera procesar lo que tenía que hacer. Una y otra vez volvía a su cabeza el rostro de Amarantha, el dolor de Rhysand que la había sacudido hasta los huesos, haciendo que enseñara los dientes a cualquier otra hembra que se acercara a ella. Echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo de madera, siguiendo las vetas mientras intentaba eliminar el cabello rojo, queriendo olvidar las visitas a Hybern que había hecho antes de que Amarantha subiera al trono.

Tragó una tercera semilla de amarra, ignorando la voz en el fondo de su cabeza que le decía que probablemente era una mala idea. La tragó cerrando una vez más la bolsa que tenía atada en su cadera.

Cerró los ojos, dejando salir un largo suspiro antes de ponerse de pie, caminando un poco por el pequeño cuarto que tenía en la Casa de Pueblo. Observó el bosque que se extendía frente a su ventana, escudriñando las copas, como si pudiera ver alguna fisura en la barrera que ocultaba a la ciudad. Como era de esperar, no había tal cosa, pero no podía evitar notar que necesitaba moverse. Resopló antes de dirigirse hacia el escritorio, donde la última carta de Norrine descansaba sobre la pequeña mesa que Rhysand le había ofrecido cuando se la pidió. Miró sobre su hombro, maldiciendo por lo bajo mientras sus dedos trazaban una runa de protección sobre la superficie de la mesa. Lo odiaba, pero no iba a ser ella quien pusiera a prueba el alcance de la marca en su muñeca.

Releyó las palabras algo torpes de la Dama, esbozando una sonrisa fugaz antes de enfocarse en el contenido al mismo tiempo que su cabeza empezaba a pensar en la respuesta y recordaba algunas palabras que habían intercambiado con Elain.

—La magia empieza a fluir, pero está empecinada en manipular las flores.

—Esperable, es bonito de ver y seguramente piensa que su magia es la magia de Tamlin.

—Aún así, creo que tendríamos que encontrar una forma de convertirla en una de nosotros lo antes posible —había murmurado Elain, mirando sobre su hombro y con cierta nota de preocupación en sus palabras. La idea daba vueltas por su cabeza, intentando recordar algo, así fuera un pequeño fragmento, que le pudiera dar una pista o guiarla a encontrar una forma. Si moría de nuevo... Sacudió la cabeza, decidida a que iría resolviendo un problema a la vez. Gwyneth sabía mejor sobre la magia y su flujo, era incluso una mejor opción que Ianthe, por más que la segunda supuestamente pudiera entender los designios del Caldero.

«Y ahora estamos hasta más allá de nuestras cabeza con tareas pendientes», pensó mientras mojaba la punta de la pluma y empezaba a escribir la respuesta. Apenas había escrito cuatro palabras, más allá del saludo formal, cuando el brasero que había en una esquina de su cuarto empezó a chisporrotear. Elai apareció en las llamas, casi agarrándola.

—¿Has visto a Norrine?

—No, estaba por avisarle que podía ir a la Corte Primavera después de enviarle la carta de Rhysand a papá —dijo despacio y con el ceño fruncido. Su estómago empezó a retorcerse y una serpiente helada empezó a reptar por sus entrañas—. ¿Qué le pasó a Norrine?

—No lo sé, mencionó algo de juntarse contigo. Unos sirvientes la vieron salir anoche y... encontré que ibas a verla en el Lago de las Estrellas.

El color abandonó por completo su rostro.

—¿Que yo me iba a reunir en dónde?

No tenía idea si Elain también había perdido los colores, pero sus ojos se abrieron notablemente.

Una Guerra de Rosas y Espadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora