Una taza de café.

220 9 0
                                    

Recorrí los pasillos del edificio hasta llegar a mi oficina, casi todo estaba desierto, la mayoría de las veces era así, o ellos llegaban a los minutos de tolerancia o yo llegaba unas horas antes que ellos, esta vez había sido la segunda razón.

Julie mi secretaria no estaba en su lugar todavía. Dejé mis cosas sobre el escritorio y fui a la cafetera, agarré una de las muchas tazas que había y me preparé el mismo café cargado que me preparaba cuando llegaba demasiado temprano, le di un sorbo y me quemé la lengua.

Me senté detrás del escritorio y prendí la computadora, encendí todas las luces y empecé a trabajar. Llevaba semanas con un caso casi imposible, mis probabilidades de encontrar al culpable eran muy pocas considerando que solo tenía dos sospechosos más, pero no me iba a detener, tenía que encontrar al culpable porque me habían cambiado de puesto apenas hace seis meses y me habían confiado un caso de los más especiales sólo por ser de confianza, a esta altura podía decir que lo merecía, es decir, tantas fracturas en la universidad no habían sido en vano. Comencé a leer el expediente del primer sospechoso: Matthew Habermas. Tenía varias multas, infracciones y se lo habían llevado un par de veces a la delegación por conducir en estado de ebriedad, era uno de esos idiotas que creen que pueden más que los agentes de esta ciudad. Tardé alrededor de veinte minutos para terminar mi diagnostico y estaba segura de que a medio día podría entrevistar personalmente a ese tal Matthew. Mientras, empezaría a revisar el expediente del segundo sospechoso, tomé otro sorbo de mi café y esta vez ya no me quemé, se sentía bien, le faltaba azúcar para mi gusto pero era mejor si lo dejaba así, necesitaba despertarme más.

De repente una luz del pasillo se prendió, busqué el reloj en la pantalla. Considerando que el horario laboral comenzaba a las 8 de la mañana en punto, las 6:34 de la madrugada era demasiado temprano como para que ya existiera la vida en este edificio.

Me paré de la silla y me acerqué a la puerta ¿Qué tal que era el tipo de mi sueño? ¿Qué si me había localizado en la vida real y planeaba vengarse? El pánico se apoderó de mí y la mitad de mi cuerpo ansiaba llegar a la puerta, la otra se quedó paralizada. Caminé lo más rápido que pude arrastrando los pies y abrí la puerta de golpe, asomé mi cabeza por el pasillo, las luces estaban prendidas pero no había nadie. Me encogí de hombros y me metí a la oficina de nuevo, cerré la puerta con seguro por si acaso y me dirigí al escritorio, estaba apunto de sentarme cuando escuché dos toques en la puerta que me hicieron sobresaltar. Me regresé y la abrí por segunda vez con la diferencia de que ahora había un chico muy bien vestido delante de mí.

- ¿Jane? ¿Qué haces aquí?- Nathan Ferguson era uno de los agentes más apuestos del edificio y estaba parado frente a mí con una radiante sonrisa.

- ¡Nathan! ¡Me asustaste!- subí el tono de mi voz y reproché. Mi pecho subía y bajaba frenéticamente y podía sentir cómo mis músculos empezaban a relajarse bajo mi piel.

- Lo siento, es sólo que...- hizo una ligera pausa, le echó un vistazo rápido a su reloj y me regaló una mirada de disculpa- es muy temprano ¿qué pasa?

- Oh nada, solo quería adelantar el trabajo, tú sabes- sonreí tratando de evitar que mis facciones se dejaran manipular por los nervios.

Me alejé de la puerta para que pasara y me senté detrás del escritorio. Nathan era demasiado guapo, joven y su estilo mataba a cualquier mujer, solo tenía un defecto, (gigante diría yo) le daba pánico el compromiso. Él entró a trabajar al mismo tiempo que yo y ahora los dos éramos jefes.
Yo estaba a cargo del área de "Pruebas" y el de la de "Autopsias". Eso era realmente fascinante.
Y pensar que entramos hace apenas casi dos años. Se sentó frente a mí. El silencio se adueño de mi oficina y me asaltó una duda.

- Tú ¿qué haces aquí?- tomé la taza de café que posaba en mi escritorio y la acerqué a mis labios.

- Me quedé trabajando anoche y se me fue la noción del tiempo, no he dormido nada y estaba apunto de irme a casa, pero vi tu luz encendida- pasó la mirada rápidamente por todo el cuarto.

- Si, tenía problemas de insomnio y mejor me vine. ¿No quieres una taza de café para que se te quite el sueño? Créeme vas a necesitarla.

No quería que notara la forma rápida y extraña en la que traté de evadir el tema pero es que en realidad no tenía muchas ganas de hablar sobre mis pesadillas.

- Si, creo que si. Nunca me había desvelado tanto como hoy, nunca me había desvelado por trabajo- hizo una mueca algo rara y curvó sus labios.

- Wow, eres uno de los privilegiados, a mí esto me consume la mayor parte del día, prácticamente sólo llego a dormir a mi casa, si es que llego.

Me levanté de la cómoda silla detrás del escritorio y prendí la cafetera. Mis manos frías se encargaron de incorporar el azúcar a la taza seguido del líquido caliente dentro del recipiente de vidrio. Nathan me regaló una sonrisa de lado y casi me derrito.

-Son las consecuencias de ser jefa Thompson- su voz era demasiado grave y profunda. Sus palabras me erizaron la piel.

-Lo sé, pero valen la pena- sonreí ampliamente y le entregué la taza.

- Eso sí! ¿Cómo vas con la investigación?- rodeé el escritorio y tomé asiento frente a él.

- Bien, muy bien. A este paso tal vez vaya a entrevistar personalmente- fingí no darle demasiada importancia y tomé mi taza de café.

- ¿En serio? Ahora entiendo porque te otorgaron el caso- enarcó las dos cejas y asintió levemente.

- ¡Claro! No era por mi cara bonita Nathan- ahora fui yo quien levantó una de sus cejas y sonreí. Él soltó una carcajada demasiado contagiosa.

- Eso me lo hubiera esperado de cualquiera, menos de ti- me apuntó con el dedo índice mientras tomaba otro sorbo de la bebida y me veía divertido. Solté una carcajada.

- ¿Por qué? Es decir, es lo más lógico, no me iban a otorgar un caso tan importante sino fuera lo suficientemente buena. ¿No lo crees?- tomé la taza con mis dos manos y esperé su respuesta.

- Si, eso es cierto y me alegra que estés consciente de lo que puedes llegar a hacer.

- Confío en mí porque conozco mis limites, sé cuáles son mis fortalezas aquí- me encogí de hombros y crucé las piernas- me maté noches enteras estudiando cada uno de los artículos de la constitución.- escuché una carcajada provenir de su garganta.

- Lo sé y aún cuando piensas que esto es el caso más fuerte que te han otorgado, tengo la sensación de que viene algo impredecible- recargó la espalda en el respaldo.

- ¿A qué te refieres?- sentí como mi ceño se frunció causando unas cuantas arrugas en la frente y deposité con cuidado la taza en el escritorio.

- No lo sé, estoy consciente de que puedes hacer muchas cosas más que sólo esto- ahora fue él quien se encogió de hombros.

-Tal vez- eso había sido más para mí misma que para él.

Su respuesta no me había dejado satisfecha, presentía que él sabía algo que yo no, y por alguna extraña razón no quería decírmelo.

- Bueno Thompson, me encantó tener una pequeña platica contigo, hace tiempo que no te veía, algún día coincidiremos de nuevo entre tu insomnio y mi trabajo- dejó la taza en el escritorio y se puso de pie mientras acomodaba con sus dos manos el saco negro que vestía. Me empecé a reír por su manera tan peculiar de despedirse.

- Esta bien Nathan, nos vemos más tarde.

Sonreí y lo vi perderse por el pasillo. Cerré la puerta con seguro y me senté detrás del escritorio, otra vez. Sus palabras no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. Me terminé mi café y vi la hora. El reloj marcaba las 7:40, ahora sí, el edificio era un caos, empezaban a llegar los puntuales y escuché otros toques contra mi puerta.

- Buenos días señorita Thompson- mi secretaria estaba parada frente a mí luciendo una sonrisa deslumbrante.

- Buenos días Julie.

Sonreí, deje entreabierta la entrada a mi oficina y continúe trabajando. Por fin, hogar, dulce hogar.

Impredecible. (Niall Horan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora