Cap IV - II

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Ériu estaba recostado a una columna en las afueras de las ruinas. Era muy recta para ser un árbol, y aunque cubierta por toda esa vegetación, respetaba patrones impuestos por el diseño. Una estructura simétrica, eclipsada por el bosque, ahora imperfecta a causa de los años.

Desde su perspectiva, escuchaba a Brígh hacer suposiciones disparatadas. Él se mantuvo con los brazos cruzados todo ese tiempo, sin darle mucha importancia a la conversación. Cada vez que ella pausaba su intervención para mirar hacia un lado y vigilar, él observaba con indiferencia. Este comportamiento se repitió una y otra vez después de que pusiera la mano sobre el hombro del pelirrojo. Hasta que, agobiado por la repetición, decidió interrumpirla.

—Suficiente, Brígh —dijo con un suspiro, apartando la mano de la rubia—. Estás haciendo suposiciones nada más; somos niños, así que las cosas son como parecen. Si hay que ser precavidos con alguien, es con ese tal Víktor; golpeó muchas veces al chico paranoico.

—Aun así, debemos mantenernos a salvo y cuidarnos de quien sea. Esas cosas no avisan, Ériu; cualquiera puede saltar sobre ti y ¡Bam! Otro niño loco —dijo la rubia, chocando ambas manos; una en forma de puño y la otra con la palma abierta.

—Es muy fácil imaginar esas cosas cuando estamos rodeados por tanta oscuridad, en especial en una situación como esta donde hay demasiado miedo —añadió él, mientras acomodaba su bufanda alrededor del cuello—. No creo que debamos preocuparnos más de lo necesario. Lo importante es saber dónde estamos y mantenernos alerta.

»Es seguro que Víktor piensa igual, incluso cuando dijo que el paranoico sería el menor de nuestros problemas, hasta yo le creí. —Sostuvo a la niña por los hombros y prosiguió—. Me sorprende que tu mayor preocupación sean estos niños. La Brígh que conozco sería tan obstinada que no daría importancia a algo así.

—Sí... bueno, si algo te pasara, estaríamos en problemas, imagina lo que dirían nuestras madres.

Entonces él retiró sus manos.

—Ya no soy un mocoso, Brígh —replicó—, y entiende que tenemos la misma edad. Más allá de eso... este sitio, dime, ¿te parece familiar?

—Para nada —respondió ella, mirando a su alrededor con más calma mientras Ériu hacía lo mismo.

—Tengo una teoría —dijo él—: este cielo, esta luna, esta sensación... ¿Aparecimos aquí por pura casualidad o será parte de algún plan retorcido?

Alzó la cabeza una vez más y miró la parte alta del bosque donde uno que otro cuervo cambiaba de árbol. Entonces, hubo silencio absoluto.

—¿A qué te refieres?

—Creo que esto es Annwn, Brígh... —¿Annwn? —inquirió la niña.

—Piénsalo nada más: aparecimos aquí sin motivo; ambos llegamos al mismo tiempo. Los otros chicos son herederos, al igual que tú y yo, porque a pesar de estar perdidos, parecen preparados. Es muy probable que también conozcan sobre este lugar o sepan cómo actuar ante ciertas situaciones. Pero, en realidad, eso no importa, porque estoy convencido de que esto es Annwn.

—Pero ¿por qué sería Annwn y no otro lugar? —cuestionó ella con curiosidad—. Podría ser como aquella vez que nos cambiaron de salón en la academia.

Entre tanto, Ériu parecía ignorarla. En cambio, tocaba múltiples veces su boca con el dedo índice.

—Quizás, y estoy especulando, porque estábamos juntos antes de llegar, tú y yo aparecimos en el mismo sitio. Los demás no se conocen, pero pudieron venir con un compañero. ¡Es eso, Brígh, con un compañero! Si hubieran estado con alguien... ya sabes, así como nosotros... —Y antes de que continuara hablando, ella lo interrumpió.

Evermore: niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora