Cap V - IV

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Más allá del frente, una sombra que parecía surgir de entre los árboles se hizo evidente ante la luz. Era Ériu, quien había adelantado a su grupo, saliendo de la arboleda y llegando al lugar con la pira envuelta en llamas.

Un paso tras otro lo acercaba a su objetivo, esquivando los escombros dispersos por el terreno. Se cuestionó por qué llevaba consigo esa rama a una reunión que tenía por objeto ser pacífica, así que la dejó caer sobre una de las paredes derribadas y continuó su camino hacia el fuego, el mismo que había sido motivo de algunas discusiones.

Caminó entre retazos de árboles dejados en el terreno, sintiendo cómo el calor abrazaba su cuerpo sin entender todavía cómo era posible que la estructura existiera. Estaba cerca de ingresar al anillo de luz original reflejado en la superficie, aquel que visto desde el cielo mostraba la imagen de un círculo amarillo, y que hizo necesario subirse a una de las columnas derribadas para acceder a él por completo.

La madera, bien cortada. Parecían ser leños capaces de mantener el fuego por largos períodos, pero su origen era cuestionable debido a las circunstancias. Lo más probable era que se trataba del uso de egni sobre estos troncos en altas cantidades para mantener la pira ardiente, lo cual terminaría por dejarlos a todos sin energías. Por esa razón, el pelirrojo debía actuar pronto si entre sus intenciones estaba advertirles sobre el peligro de morir por agotamiento.

Aquellos niños continuaron añadiendo leños al fuego, sin darle importancia a la presencia de Ériu. Lo ignoraron incluso cuando este los saludaba o les tocaba el hombro. Se le miraba como a un extraño, alguien que intenta pedir indicaciones a varios maniquíes en una tienda. Al no obtener respuesta, se dirigió a ese niño que estaba sentado a un lado del fuego, con los ojos cubiertos por su brazo.

Mientras se acercaba al muchacho, el calor proveniente de la fogata se volvía insoportable. Con toda esa luz y el riesgo de quemarse, el sonido chispeante de la madera apenas dejaba escuchar los sonidos provenientes del bosque. Tal vez por eso fue imposible que advirtieran al grupo de Marco. El pelirrojo lo analizó durante ese corto tiempo, sintiendo ansiedad ante el riesgo de que la estructura pudiera venirse abajo en cualquier momento.

—Hola —dijo Ériu, tratando de hacerse escuchar por aquel niño singular de cabellos negros, cuyo pijama tenía colores azul y blanco. El heredero estaba sentado sobre la columna, abrazando sus piernas con la otra mano—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Ériu, pero puedes llamarme pelirrojo si prefieres. La verdad es que ya me acostumbré.

Al principio fue inútil, ya que no hubo una respuesta clara; por el contrario, el chico parecía murmurar. El sonido de las llamas hacía que susurros fueran, en esencia, silencio. Siguiendo el mismo protocolo que con los otros, Ériu se acercó aún más y tocó su hombro. Al estar cerca, el niño elevó el volumen de su voz.

—Yori, yori, yori... —repetía en voz baja y sin descanso.

Ériu se quedó perplejo ante su reacción. Sus palabras no tenían sentido, y su tono parecía repetitivo y monótono. Esto causó una sensación de miedo y angustia en el pelirrojo, haciendo que retrocediera por un momento mientras su corazón se aceleraba. Pero pensó que en esta situación escapar del peligro sería una respuesta absurda, pues si ese fuera el caso, ya estaría muerto. Así que, envalentonado y sin preocuparse por las consecuencias, devolvió su mano al hombro del niño.

—Oye, oye... calma —respondió Ériu, sorprendido. Sintió cómo su pecho se llenaba de aire mientras intentaba controlar su respiración. Sin embargo, notar que el niño estaba agitado le dio cierta tranquilidad, pues era evidente que actuaba de manera diferente al resto—. ¿Yori? ¿Qué significa?

El niño dejó de repetir esas palabras en un momento en el que Ériu intentaba mostrar calma, pero su cuerpo aún resentía el temor que lo invadía. Entonces, aquel que se cubría los ojos habló.

Evermore: niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora