Cap IX - III

3 4 4
                                    

El gran salón, situado en la parte inferior del castillo, estaba repleto de figuras doradas que resaltaban entre las paredes de tonos suaves y las columnas de mármol blanco. Era un espacio diseñado para albergar a los espectadores de un gran evento. Similar a un auditorio, se expandía desde el centro hacia las zonas más externas, creciendo en altura y capacidad.

Al fondo de la sala había una larga mesa adornada con velas, copas y otros elementos propios de una recepción para personas importantes. Tenía capacidad para cinco asientos. Detrás de la mesa se encontraba una pared con tres estandartes distintos en el centro y dos, que eran idénticos, en los laterales. Esta pared conectaba dos entradas a la habitación: una en el extremo este y otra en el oeste.

En estas, cada arco que daba acceso al gran salón estaba adornado con candelabros y alfombras rojas. Alrededor de los arcos, se podían observar runas escandinavas grabadas, que contrastaban con el origen celta que impregnaba la sala a través de los detalles más sutiles. A pesar de sus diferencias, todas estas influencias parecían fusionarse en una sola, como si fueran parte de una cultura única a lo largo del tiempo.

Al frente de la mesa, dos caminos separaban tres tribunas hasta el final. Dos de ellas se expandían hasta dichos extremos, alargándose e incrementando su altura para alcanzar la de los palcos que se encontraban por encima. Estos seguían el mismo principio de expansión, altura y separación, creando un diseño simétrico.

Al fondo, la tribuna de en medio quedaba rodeada por ambos caminos, los cuales se unían en uno solo detrás de ella y quedaban ocultos bajo el palco central.

Tres entradas penetraban la gran habitación, el gran salón: adornado por luces en las paredes que emanaban de velas que parecían no consumirse, junto a candelabros aéreos bien posicionados, de modo que no quedara una sola parte sin iluminar, pero que seguía sin ser suficiente para quitar terreno a la penumbra dentro de un escenario barroco, propio de un siglo muerto.

El diseño del salón complementaba el rojo de las alfombras y el añil característico de los anfitriones, distribuido en el estandarte central y en las túnicas de aquellos sentados en la tribuna del medio. Todos ellos, herederos del egni nacidos bajo la línea de Erebu, esperaban ansiosos el momento adecuado para ingresar y prestar juramento frente a un auditorio con la mayoría de sus asientos vacíos.

La escena desoladora se presentaba frente a los guardias erebuenses que se encontraban detrás de la tribuna central. Aunque el auditorio tenía capacidad para mucho más que cincuenta y seis asientos, solo una pequeña parte de ellos estaba ocupada en ese momento.

Las otras dos tribunas, en cambio, permanecían vacías, esperando la orden para que otros niños ingresaran desde los extremos este y oeste. La disposición de las runas en esos marcos estaba destinada a abrir un portal hacia las otras dos ramas, uno que interrumpiría el corredor original del castillo con un brillo similar al de los portales a Annwn.

Dentro de ese contexto, se estaban tomando medidas apresuradas debido a la situación en la que pocos niños habían logrado regresar esta vez. Se observaba a personas de la rama de Erebu moviéndose de un lado a otro, como si fuera un preludio a la guerra o una muestra de la falta de confianza existente entre las ramas de la egni hudol.

—¡Quiero vigilancia en la parte alta y en cualquier lugar que pueda ser utilizado como escondite! ¡Quiero que cada rincón oscuro esté ocupado y si no iluminado! —gritaba un hombre vestido como un seeker, con el cabello largo y oscuro.

Lo llevaba recogido por una cola de caballo, con dos caminos marcados por las canas a los lados de su cabeza. Tenía ojos verdes y una barba llena. Su piel era pálida como la nieve, y su actitud denotaba experiencia. —¡Mis seekers! —gritó una vez más—. Mostremos a la guardia de Erebu cómo se asegura un espacio.

Evermore: niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora