Cap V - III

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Un sonido escalofriante y chirriante resonó en los oídos del pelirrojo, trayéndole de vuelta al presente. Era comparable solo con el intento de una uña por dejar una marca indeleble en la superficie oscura de una pizarra, una que llora con cada segundo que el dedo tarda en deslizarse hasta que por fin se aplana y se detiene.

La duración del sonido fue breve, menos de dos segundos, y aquellos que estaban atentos a los acontecimientos giraron la cabeza cuando algo se iluminó durante ese mismo instante. Se especulaba que el origen del sonido provenía de las ruinas que habían dejado atrás, pero nadie se atrevió a comprobar esta suposición, menos después de haber caminado casi a gatas durante todo este tiempo.

La descripción del campamento con la fogata gigante que Kai ofreció a los líderes sorprendió a Ériu cuando volvió en sí. El lugar exhibía una arquitectura propia, enmarcada por enredaderas similares a las que habían encontrado con anterioridad, aunque con menos vegetación y sin rastros de metal. Varios pilares desgastados por el paso del tiempo se alzaban de forma imponente alrededor, sin ocultar su antigüedad como un secreto. Era un sitio ancestral, utilizado en el pasado con propósitos más allá de mantener una pira ardiente en medio de niños distraídos, aunque aún no estaba claro cuáles eran.

El frío era palpable. Todos podían sentirlo escarbar bajo la ropa o a través de los dedos, buscando espacio entre los nudillos y remolinos de calor creados con la boca, sobre los pulgares o en medio de la palma de las manos con piedras, ramas u otro tipo de chatarra. Su intención era insinuarse sin misericordia entre las manos y los dedos que, entrelazados, buscaban crear una barrera frente al viento del bosque.

Incapaz de ser disimulado, era una realidad irrebatible que afectaba a todos, sin excepción. Quienes estaban formados fantaseaban con esa idea donde el calor los arropaba y los llevaba a dormir, aunque fuera por un rato muy corto; uno donde pudieran descansar y, tras despertarse, decir un «Qué diablos... la pesadilla que he tenido». Luego, suspirar y sumergirse en reflexiones sobre los sueños y la forma en que percibimos el mundo, todo ello en la suavidad de una cama que inspira ternura en cada vuelta, llevándote a dormir por segunda vez.

—Buen trabajo, Kai —dijo Víktor en un intento por ganar aceptación.

—Seguro... —respondió Kai, moviendo la mano mientras caminaba en dirección a Ériu. Ahora solo le quedaba esperar nuevas órdenes, ya que, como centinela norte, había quedado inutilizado una vez que la formación alcanzó su objetivo.

Las llamas ejercían una atracción tentadora sobre aquellos cuyas prendas se encontraban casi húmedas por el roce de las plantas al moverse. Muchos ansiaban apartar al del frente y acercarse al fuego en busca de calor reconfortante. Pero la incertidumbre se interponía, generando una sensación de impotencia al observar a esos jóvenes desde la distancia, sin más opción que alimentar la pira. La escena se teñía de un ambiente cargado de deseos insatisfechos y un anhelo latente por el calor, el mismo que parecía inalcanzable en ese momento.

—Solo un tonto enciende algo así en medio de la noche —murmuró Ériu, alejado del grupo desde su llegada a los límites de aquel espacio. Había caminado poco tiempo en las afueras del campamento, disfrutando de las libertades que su posición le brindaba.

Ya sea porque estaba absorto en sus pensamientos y no reconocía la importancia de estar junto a Víktor, Kai se había convertido en su compañero más próximo.

—Perdona, por un momento pensé que estaba solo —dijo Ériu al percatarse de la presencia de Kai. Este último había conseguido escuchar parte del comentario mientras observaba al pelirrojo agazapado entre los arbustos con la vista puesta en las ruinas.

—No importa, pelirrojo. Estoy de acuerdo contigo, pero creo que deberíamos considerar algo más —respondió adelantándose a Ériu con una conclusión.

Evermore: niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora