Cap VIII - Mi juramento

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El resplandor se hizo evidente en cuanto el muro se vino abajo. Krohn lo notó desde su posición a pocos metros del portal, cuando se acercaba al niño pelirrojo. Ériu luchaba por respirar mientras el agua y el fango simulado por los detritos inundaban su rostro y Lilith apenas podía mantenerse despierta debido al agotamiento.

El gigantesco trol apretó su puño al observar cómo esa luz se abría paso entre las gotas de lluvia que inundaban el valle, superando toda imagen sobre el horizonte. Rugió sin restricciones, olvidando al heredero atrapado bajo los escombros, ya que permitir que una criatura tan pequeña escapara del líder de los troles representaba una humillación imperdonable. Aquello ardía en la piel del trol, sin importar su espesor. Debía demostrar su valía; Krohn estaba determinado a mantener su imagen intacta.

La lluvia arreciaba sin piedad sobre todo lo que permanecía en pie y también sobre lo que yacía en el suelo, dando una imagen desoladora del camino que los niños habían recorrido para llegar hasta allí. Las luces en el cielo parecían presagiar lo que se avecinaba, y los troles que rodeaban las ruinas no mostraban la más mínima intención de intervenir.

No era cuestión de pretender ser digno, sino que tenía que ver con la batalla en sí. El líder de los troles se consideraba un general, alguien que no podía renunciar a su orgullo como un guerrero destacado. Krohn, el imponente trol que comandaba, era único e inigualable. Se decía que llevaba consigo una columna que flotaba en el aire, incapaz de tocar el suelo. Su soberbia era tal que la llevaba atada a su brazo y desde allí la controlaba.

Un rayo impactó en la mitad de uno de los muros que aún se mantenían en pie, haciendo que se derrumbara creando un nuevo espacio desde el cual antes era imposible ver. Esta era una de las paredes que rodeaban la parte interna del portal. Antes de caer, la imagen del trol rugió con fuerza, desafiando a la lluvia y desviándola por un instante antes de que retomara su incesante caída.

El trol apartaba cada gota de agua que estaba por caer sobre su cabeza, girando su rostro hacia el cielo y rugiendo a él, esperando a que el niño se acercara lo suficiente. Se acomodaba entre los muros restantes, caminando a destiempo mientras lucía su aspecto natural invadido por trozos de mineral incrustados en su barbilla, que parecían simular escamas. Rugía ansioso, poco antes de precipitarse hacia otra columna.

Entre tanto, Alan avanzaba decidido a combatirlo sin permitir que el miedo lo paralizara. Sabía que no era momento de acobardarse; tenía claro su objetivo: ganar tiempo para que todos pudieran escapar, juntos.

A pesar de que Krohn se oponía a permitir que los niños cruzaran el portal, estaba dispuesto a dejarlos ir si aquel que lo había humillado regresaba para enfrentarlo. Krohn consideraba al niño Adler el líder de los herederos, y ninguno de los otros troles intervendría, conscientes de que era una pelea que solo debía ser entre los dos. El orgulloso titán no lo permitiría, y cada vez que rugía, era como si les dijera: «Es mío y solo mío».

Aquellos camaradas comprendieron que su líder buscaba poner a prueba sus habilidades enfrentándose a otro de los muchos herederos que batió en el pasado. Pero el niño Adler resultó ser diferente a los demás desde el minuto uno en que dejó la trinchera en el bosque para enfrentarse a él. Al igual que el resto de los troles, el grupo de Alan tampoco intervino aquella vez. Esto transmitió un mensaje de autosuficiencia y confianza en el dirigente de los niños perdidos, o así pensaba el dueño del puntal de piedra desde entonces. Y ahora solo quedaban ellos dos para enfrentarse.

Era evidente que solo tenía la intención de luchar contra el líder de los herederos, y donde todos miraban a un niño de once años, Krohn solo vio un heredero más, uno que había conseguido sobrevivir a él.

Liam y Nathalia se ilusionaban con la idea de obtener una pequeña ventaja que les permitiera ayudar a evacuar a los niños en las ruinas. Los tres estaban convencidos de que si Krohn se encontraba allí, significaba que había más herederos en peligro. La suposición de Alan impulsaba su determinación y les daba un propósito claro: rescatarlos.

Evermore: niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora