Una modesta mansión diseñada en blanco se erguía con orgullo bajo el atardecer; una de esas donde el atractivo principal es el apellido de sus propietarios. Era el día después de junio y, tras el funeral, un niño se encontraba sentado en las escaleras que daban al jardín de la parte posterior.
Vestía para la ocasión, pero solo aquellos que tenían acceso a las áreas más privadas de la casa podrían notarlo. Interactuar con él o solo observarlo mientras permanecía en el jardín sin hacer ni decir nada, eran rezagos de acciones, privilegios reservados para unos pocos.
—¿Joven Adler, necesita algo? —preguntó un mayordomo, mostrando cierta impaciencia ante la falta de cooperación del niño. Dadas las circunstancias en las que se encontraban, no había muchas expectativas respecto a su actitud, y tras no recibir respuesta por parte del muchacho, quien insistía se retiró en silencio.
Absorto en sus pensamientos, el chico parecía trazar el número treinta y tres sobre el suelo con movimientos forzados, utilizando como fuente de tinta un charco de agua formado por la reciente lluvia. Los vidrios empañados y la presencia de dos visitantes indeseados, que parecían resignados a las inclemencias del clima, acentuaban la sensación de incomodidad en el aire.
Algunas personas ya se habían retirado del vestíbulo. Amigos y conocidos consideraron que no era necesario permanecer mucho tiempo en el edificio, ya que solo había un niño al que ofrecer las condolencias. Esto redujo el acto a una formalidad, una medida del carácter para mantener las apariencias ante las demás familias. De este modo, se convertiría en tema de conversación durante la cena: vestir con excesos de imagen y expresar reconocimiento por la difícil tarea, como si de lucir una medalla se tratara, y decir «yo estuve allí». Hasta escuchar como respuesta un «imposible». Cosas de gente que no sabe nada.
En cuanto a los familiares, no había ninguno, excepto por parte de la madre. Aunque llegaron temprano y temprano se fueron. Solo quedaban dos huéspedes, quienes se encontraban retenidos por la lluvia y los bocadillos, siendo el deseo de quedarse más fuerte que el de irse, una conclusión natural basada en la evidencia. Ambos, sin la más mínima intención de brindar calma.
En cambio, sus comentarios carecían de buena cortesía. Insultaban la memoria de esos muros y de quien los habitaba, expresando distintas opiniones con malicia o sin ella, pero que hasta ahora evitaban ser empáticas.
—La línea de los Adlers está maldita —pronunció uno de los invitados mientras masticaba un canapé, sin preocuparse siquiera por el tono de su voz, ya que el ambiente en la casa no era lo bastante ruidoso como para disimular ese tipo de comentarios—. Treinta y tres años, ni uno más ni uno menos.
Así enfatizaba la supuesta maldición de la familia.
—Debe ser duro saber el momento exacto de tu muerte —respondió otro, sin atreverse siquiera a considerar los beneficios—. No, definitivamente no podría soportarlo. Sería insoportable, sin lugar a dudas.
Bebió de la copa hasta vaciarla.
—Me atrevo a decir, incluso, que —y aclaró su garganta— yo podría vivir el triple de lo que vivirá el muchacho —añadió el primero, mientras buscaba tomar otro bocadillo de la bandeja—. Aunque si quisieras ver lo positivo de todo esto, podrías organizarlo todo antes de morir, ¿no crees?
—Caballeros, si me disculpan —intervino el mayordomo, poco antes de que el "noble" fuera capaz de tomar ese rico pan tostado con salmón—. El señor Adler necesita descansar.
—Oh, sí. El tiempo tiene esa cualidad, pasa volando —añadió aquel que no apartaba la mirada de la bandeja en manos del mayordomo, pero guardó silencio al notar la connotación de su comentario. Aclaró su garganta una segunda vez y dijo:— Lo lamento mucho, ya nos vamos. Por favor, transmita mis condolencias al joven Adler.
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Evermore: niños perdidos
FantasyJóvenes brujos, herederos de las antiguas castas del Egni, se encuentran reunidos de manera inesperada en un enigmático bosque, cuyas puertas solo se abren a quienes han alcanzado cierta edad. A medida que desentrañan sus conexiones ancestrales y do...