Como una hoja en blanco que busca ser escrita por segunda vez, aquel espacio del bosque, que hace unos minutos estaba habitado por el grupo de jóvenes, ahora se encontraba vacío. En él reposaba la bruma, junto a ese silencio que no intentaba desconcertar a nadie porque nadie había; que había perdido terreno en presencia de estos entrometidos visitantes y ahora se posicionaba como único morador, separado por esas paredes en las que solo cabía la nada.
Cada hoja en el lugar dejó de silbar, cada animal en el bosque evitó acercarse. Comparable nada más a uno de esos lugares aislados que emanan pureza de solo pensarlos; uno de los muchos santuarios abandonados a mitad de la nada, con poco de todo y en absoluto silencio.
Ya hacía algo de tiempo desde que decidieran continuar su camino tras prometer volver si las condiciones así lo quisieran, un indicio alimentado por la curiosidad que sufre la mente joven o por la inseguridad en una de sus formas comunes.
Dejaron atrás lo innecesario: señales pasajeras, incapaces de perdurar ante la más leve de las lluvias. Al igual que los vestigios de acciones al caminar o al hablar, que quizás pudieron cambiar parte del desorden, dependiendo de cómo se mire, pero eso y nada más. Sobre el suelo quedaron pisadas y sobre las paredes marcas de barro; también enredaderas rotas y otros escombros que, sin justificación, permanecieron alejados del que fuera su origen. Habían partido.
Los muros se convirtieron en curadores de los recuerdos que albergaban.
Imágenes finas comenzaban a tomar forma con ayuda de la brisa, cuando escasos rayos de luna se curvaron para moldearlas y perfilar con precisión el contorno de aquellos niños. Rostros que parecían reír, hablar e incluso pelear surgían de la nada frente a las paredes y todo lo relacionado con esas tierras. Recrearon la ocasión cuando decidieron desafiar los límites de su pequeño mundo: «ir más allá de los muros», como ellos lo llamaron. En dirección adónde la conversación entre el niño escandaloso y el calculador había tenido lugar; ese donde avistaron aquella luz por primera vez.
El aire, que siempre estuvo presente, representó cada una de las etapas y elegía inmortalizar esos eventos al chocar con la piedra, sin que nadie pudiera verlos, pero estaban ahí. Todos y cada uno de ellos tan claros como la luz que atraviesa un espectro; uno capaz de mostrarse. La manera en que transcurría esta representación de los hechos estuvo acelerada por la impaciencia, y ralentizada a placer cuando una de estas figuras simuló la silueta de un niño.
Sentado sobre los escombros y ante la necesidad de moverse resbaló y cayó con la ayuda de una rama, o por culpa de esta. Pero en ese entonces, la silueta no podía ser exacta a causa de las numerosas decisiones que se tomaron en el camino.
La existencia no distingue entre realidad y destino, solo percibe una versión de ti, una entre muchas, la más obvia. Una de las siluetas alteró su forma, adoptando la imagen de una mujer que posó su mano traslúcida sobre una marca de lodo en el muro.
Poco después, otra imagen se acercaba a la primera, evadiendo toda representación de los niños a su alrededor, con la apariencia de un hombre joven de cabello largo. Ofreció consuelo con una voz apacible, como lo haría alguien que no puede existir; con la suavidad que muestra el humo de una vela después de extinguir su llama, elevándose en finas capas y tonos grises. «Dwi'n cydymdeimlo... Annwvyn», dijo. Una palabra silenciosa a cambio del pensamiento más puro, la cual, traducida en lengua ordinaria a riesgo de perder su significado, rezaba: «Lo siento mucho... Annwvyn».
La primera de estas formas etéreas derramó una lágrima después de escuchar aquellas palabras. Iluminó aquel espacio olvidado del bosque con el resplandor de una estrella capaz de durar lo que un parpadeo y desvanecerse junto al sonido endeble de un chillido muy agudo tras alcanzar el suelo. Ambas acciones en un espacio corto de tiempo hicieron desaparecer toda representación de estas escenas basadas en aire, niebla y luz de luna.
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Evermore: niños perdidos
FantasyJóvenes brujos, herederos de las antiguas castas del Egni, se encuentran reunidos de manera inesperada en un enigmático bosque, cuyas puertas solo se abren a quienes han alcanzado cierta edad. A medida que desentrañan sus conexiones ancestrales y do...