Cap VI - III

10 4 6
                                    

El cielo parecía resquebrajarse mientras los niños cruzaban el bosque. En un principio, se podía intuir el lugar exacto donde caería un rayo, solo necesitabas prestar atención a su movimiento bajo el cielo segundos antes de que impactara.

No se habló demasiado ni se quiso corregir la formación. El momento no era propicio para otra cosa que no fuera caminar hacia el portal. Sin embargo, aún existía el temor de encontrarse con el enemigo, ya que tarde o temprano sucedería. Y esta vez, sucedió más temprano que tarde.

A lo lejos, se escuchaban cantos ahogados por la lluvia junto a sonidos fuertes que parecían golpear el suelo. Eran difíciles de distinguir, pero transmitían una sensación de miedo y ansiedad. De repente, una enorme roca se precipitó hacia la formación, apuntando directo hacia Scarlett, Anne y otros miembros del grupo. Se dejaron caer al suelo por instinto, justo a tiempo, evitando ser aplastados por la imponente pieza de mármol. En primera instancia, creyeron que su reacción fue suficiente, pero luego se dieron cuenta de que los yoris habían intervenido. Entonces, aquel sentimiento de protección quedó presente en sus cabezas.

Los tres niños restantes, que habían estado alimentando la fogata en el campamento, se apresuraron a apartar la roca. Aunque no fue una tarea fácil, lograron desviarla lo suficiente para evitar que impactara en la formación. Su caída causó estragos en la zona, haciendo que los árboles del lado izquierdo se derrumbaran.

Agotados por el esfuerzo, los tres herederos cayeron dormidos.

Ninguno de los yoris pronunciaba palabra alguna, pero sus acciones hablaban por sí solas. Actuaban sin cuestionar, moviéndose en perfecta sincronía, incluso si eso significaba enfrentar la muerte. No importaba si eran niños o niñas, menores o mayores, pues en esa situación no había distinción de edad ni género. Estaban dispuestos a sacrificarse por el bienestar del grupo, sin importar cuál fuera la razón o el peligro al que se enfrentaran.

Esta realidad era difícil de comprender para Ériu y sus amigos, mientras seguían siendo testigos de la muerte que los acechaba con cada paso que daban.

Once era el número de yoris que los acompañaban en su travesía por el bosque cuando el primer trol hizo su aparición. A menos de treinta metros de distancia, entre los árboles y empapado por la lluvia, sus ojos pálidos resaltaban en la oscuridad, con la intención de hacerse notar. Pero no fue el único en revelarse; otro trol de gran corpulencia emergió frente a ellos, bloqueando el camino iluminado por la tenue luz azul que los guiaba hacia el portal.

—¡Prepárense para luchar! —gritó Marco, avanzando al frente del grupo con determinación, como si se alistara para la batalla—. ¡En pocos minutos nos iremos de aquí!

—¡Ya escucharon! —exclamó Víktor, uniéndose al llamado de Marco con entusiasmo.

Los herederos adoptaron posturas defensivas individuales, sin estar seguros de cómo enfrentar a los troles. Adran había previsto la situación y alentó a los demás yoris a escoltarlos a través del bosque. No había rocas cercanas que ellos pudieran usar como arma, de la misma forma que lo hizo aquel niño a un lado de la fogata; además, hubiera sido imposible escoger la que casi los aplasta, dado que era gigantesca.

Los yoris se posicionaron al frente del grupo, formando una especie de escudo humano. Hicieron brillar sus manos mientras avanzaban sin detenerse. Su valentía era un símbolo de esperanza para los demás, que se mantenían atentos y listos para actuar si fuera necesario.

—¡Todos, quédense detrás de los yoris! —gritó Ériu mientras se apresuraba hacia la parte delantera.

Los troles hicieron temblar el suelo con cada pisada. Era un ritmo coordinado que revelaba su disposición previo al enfrentamiento. De manera sorprendente, más enemigos emergieron de entre los árboles.

Evermore: niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora