EXTRA (2)

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El verano está por acabar.

Tan solo me quedan unas pocas semanas de vacaciones antes de volver a clase. Y encima este es mi último año de instituto... La verdad es que prefiero no pensar en ello ahora mismo porque sino me deprimo. Así que salgo de mi habitación después de pasarme todo el día dentro de casa leyendo un libro. Necesito despejarme y tomar un poco de aire. Nada mejor para eso que dar un paseo cerca del mar con los colores del atardecer en el cielo.

Aviso a mis padres y a mi hermanita que voy a dar una vuelta por la playa antes de salir de casa. Me dirijo hacía al ascensor cuando veo que Hugo está esperando para subir a él también. La expresión de su cara al reparar en mi presencia a su lado me deja muy claro que tampoco le ha hecho mucha gracia encontrarse conmigo. Aún así, le saludo con un casi inaudible hola, al que el rubio responde con un leve movimiento de cabeza para después fijar su mirada de vuelta en su teléfono móvil. Genial... este corto viaje en ascensor va a ser muy incómodo.

Me deja pasar a mi primera cuando llega a nuestro piso y le dedico una sonrisa forzada, que se esfuerza él también en devolverme. Luego, pulsa el botón para que el ascensor baje lo más rápido posible y podamos separarnos cuanto antes. Me observo a mí misma en el espejo durante unos segundos hasta que noto a través de él que Hugo ha dejado a un lado su móvil para repasarme de arriba a abajo con su mirada, centrándose especialmente en mi culo. Me giro con rapidez hacía él molesta.

¡Será guarro!

—¿Me estabas mirando el culo?

—¿Pero qué dices? Si ni siquiera te he mirado —se defiende él también con enfado.

—Ya, claro.

Suelto con ironía y Hugo bufa.

—No te lo creas tanto, niñata. Que no eres mi tipo —me espeta, haciendo que ruede mis ojos.

—Tú tampoco el mío, imbécil.

Masculla entre dientes algo que prefiero no oír antes de volvernos a quedar en silencio. El ascensor sigue bajando hasta que de pronto las luces se apagan y se detiene bruscamente. Y creo que el grito que pego se oye en todo el edificio.

No, no, no... esto no me puede estar pasando.

Me niego a quedarme atrapada a oscuras en este pequeño espacio con mi odioso vecino. Hugo suelta todo tipo de palabrotas furioso y pega golpes en las puerta del ascensor para que se abra mientras yo agonizo porque no puedo con esto.

Como no lo logra, intenta llamar a alguien a través de su móvil, pero desgraciadamente tampoco hay cobertura aquí dentro. Por lo menos enciende la linterna de su teléfono alumbrándonos un poco.

Apoyo mi cuerpo contra la pared y me resbalo hasta quedarme sentada en el suelo, intentando controlar mi respiración. Me falta el aire. Tengo claustrofobia. Y creo que voy a acabar teniendo también un ataque de pánico como no se abran las puertas de este maldito ascensor ya.

Al ver que no puede hacer nada más por salir de aquí más que esperar a que alguien venga a nuestro rescate, se sienta él también en el suelo exasperado.

—¡¿Quieres tranquilizarte?! —me grita cuando empiezo a llorar porque se me acaba el aire.

—No puedo, ¿vale? ¡Tengo claustrofobia! Y... no puedo respirar... No puedo —digo entre sollozos.

—¿Me lo dices en serio?

—¡Sí, enserio!

—Madre mía...

InevitablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora